El Perú tiene parajes hermosos y convertirlos en destinos turísticos ha tomado tiempo. Ahora podemos disfrutar de Tambopata, Lamas, Kuélap, Gocta, Pacaya Samiria y Cotahuasi, unos desconocidos hace un par de décadas atrás, pero que ahora son las joyas turísticas que el Perú quiere mostrar.
Escribe: Rolly Valdivia
El Eduardo V aparece en el horizonte. No anda con prisa o será que no puede acelerar su marcha. Despacio nomás va surcando el río. Lo viene haciendo desde hace un par de días.
Es mucho, es poco. Todavía le falta un largo trecho, entonces, sus pasajeros deben de tener paciencia e inventarse una o varias maneras para matar el tiempo y soportar ese sol ardiente que aturde o desespera.
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Qué hacer, jugar a las cartas, desparramarse en una hamaca o conversar de cualquier cosa con ese desconocido que terminará siendo compañero fugaz, aliado de ocasión, antídoto salvador contra el aburrimiento. O, simplemente, anclarse en solitario en la cubierta de la nave, para quedar hipnotizado ante ese panorama uniforme de agua y bosque, de río todopoderoso y selva prodigiosa.
A veces, a los lejos, desde una cabaña o una canoa se levanta una mano en señal de aliento y saludo. Cordialidad efímera y buenos deseos que van quedando atrás, como las horas de esa travesía de tres o cuatro días eternos en los camarotes asfixiantes o en los espacios hacinados de hamacas del Eduardo V, la aguerrida embarcación que ya se acerca y se agranda. No era un espejismo.
Cruceros y excursiones
Encuentro en el Marañón, ese cauce que no muy lejos de aquí se une con las aguas del Ucayali, donde ambos se convierten en el Amazonas. En ese instante, en la cubierta de una embarcación que aún no se ha descrito, los pasajeros despiertan de sus sueños exploratorios, para observar con ojos ávidos de descubrimiento a la pintoresca nave que hace tan solo unos minutos irrumpió en el horizonte. Al otro lado, en la otra cubierta, la reacción es distinta. Los viajeros habituales, esos que se pasan días navegando de Pucallpa a Nauta, de Yurimaguas a Iquitos, ya están acostumbrados a los cruces con esos barcos pintones, bonitos, bien ‘pitucos’ que surcan los ríos amazónicos.
Hace algunos años la reacción habría sido distinta. Ellos estarían igual de sorprendidos que los turistas. Hoy no lo están. Los cruceros de lujo son frecuentes en la región Loreto. Cabinas privadas, aire acondicionado y hasta jacuzis.
Travesías de varios días. Noches de descanso arrullados por el torrente. Excursiones en la Reserva Nacional de Pacaya Samiria. Caminatas en busca de aves, monos y osos perezosos. Avistamiento de delfines rosados o de caimanes en las riberas fangosas. Y es que los rumbos, las rutas y los destinos cambian con el paso del tiempo.
Hace 20 años el Perú turístico era distinto. Quien iba a pensar que muchos de los lugares publicados desde 1996 en las páginas de RUMBOS de sol y piedra de esta revista, dejarían de ser escenarios reservados para los acuciosos investigadores y los avezados aventureros que nos hacían viajar con sus imágenes y palabras.
Selva generosa
Poco a poco, áreas protegidas como Pacaya Samiria o la Reserva Nacional Tambopata en Madre de Dios -con sus nutrias, sus colpas de guacamayos, sus aguajales del lago Sandoval y sus albergues ‘adoptados’ por la grandeza del bosque- se abrirían a los andariegos del mundo, para mostrarles su inmensa biodiversidad y revelarnos los misterios de ese mundo que es río, lluvia y verdor.
La selva se iría abriendo más, mostrándonos que no solo era llano o planicie. También era montaña, caída de agua y requiebre geográfico en las regiones de San Martín y Amazonas, donde el paraíso existía, como proclamaba el recordado Carlos González, el denominado Cacique de Kanchisku- cha, quien dedicó gran parte de su vida a investigar y difundir esas tierras en las que el turismo era una ilusión. González no estaba equivocado. Lo presumí cuando era lector de esta revista.
Tiempo después, comprobaría que el paraíso realmente existía en la quietud relajante e inspiradora de Lago Lindo. Y, como más vale prevenir que lamentar, durante mi estancia no me animé a probar ninguna manzana. No quería ser expulsado de la región San Martín antes de disfrutar del caluroso exotismo de Tarapoto y de la riqueza cultural del pueblo lamista; de navegar entre los canales de los bosques de renacos , los árboles que caminan-de la Reserva Ecológica Tingana y del ascenso al morro Calzada, un refugio biodiverso en la urbanidad de Moyobamba, la capital regional, la ciudad de las orquídeas.
Ancho y nuestro
Durante dos décadas, Rumbos nos ha revelado que el Perú, como diría Arguedas es un país de ‘todas las sangres’ que, en verdad, nos era muy ‘ancho y ajeno’, parafraseando ahora a Ciro Alegría. Quizás por eso, hasta hace algunos años era casi una odisea llegar a Kuélap, la colosal fortaleza de los chachapoyas, donde hoy –vaya cambio– se construye un teleférico.
Se ignoraba, también, que Gocta era la tercera catarata más alta del mundo con 771 metros de caída. Pero nadie la visitaba. La comunidad de Cocachimba se organizó y acondicionó un camino. Cinco kilómetros a pie o a caballo permiten conocer un prodigioso rincón de la naturaleza. Y además hay infraestructura hotelera de lujo que antes no existía, como el Gocta Lodge en Cocachimba; y La Xalca Hotel en Chachapoyas.
Otras historias. Otros destinos ignotos.
Las cascadas, las lagunas, las montañas de la Reserva Paisajística Nor Yauyos Cochas, aquicito nomás, en Lima y en Junín; o la catarata de Sipia, el paraje emblemático del cañón de Cotahuasi (La Unión, Arequipa) y el punto final de un circuito que es pisco y camarones en Majes, trazos wari en los petroglifos de Toro Muerto y visión volcánica en el Coropuna.
Playas y algo más
Pero en ese Perú que en cada viaje es un poquito más nuestro, hay que dejarse llevar, además, a las caletas de Yacila (Paita, Piura) y El Ñuro, con sus tortugas marinas, a los balnearios de Punta Veleros (Talara, Piura) y Zorritos (Contralmirante Villar, Tumbes), a la biodiversidad de la isla Foca (Paita), y a la búsqueda de ballenas jorobadas en las aguas de Los Órganos (Talara).
Las opciones son inacabables, se han multiplicado en los 22 años que se fueron. Pensemos en Choquequirao (Cusco) y en la Ruta Moche. En Nasca: los geoglifos, la ciudad preinca de Cahuachi, la vía asfaltada que trepa hacia Pampa Galeras -el reino de las vicuñas, para entrometerse en el Valle del Sondondo (Lucanas, Ayacucho), con sus danzantes de tijeras, sus andenes prehispánicos,sus cóndores en libertad. Tan libres como las aguas del Marañón, surcadas por ese crucero en el que me siento como un fogueado explorador.
Mañana estaré en Pacaya Samiria, ese destino que, tiempo atrás, conocí a través de estas páginas que durante dos décadas nos han mostrado nuevos rumbos: rumbos accesibles, rumbos que nos unen, rumbos en los que nos encontraremos.
Infraestructura hotelera se renovó totalmente
Los destinos más populares del país, como Paracas, el Colca o Máncora, carecían de alojamientos modernos y funcionales. Esas carencias se notaban también en Lima y el Cusco, las ciudades más cosmopolitas. La crisis económica y la violencia terrorista de los 80, impidieron o perjudicaron el desarrollo de grandes proyectos hoteleros.
El país, en ese entonces, no era atractivo para las principales cadenas internacionales, tampoco para los inversionistas peruanos. Pero eso es parte del pasado.
Hoy, Lima cuenta con la infraestructura necesaria para ser sede de grandes eventos mundiales y, en el Cusco, se han incrementado los alojamientos de lujo, produciéndose además un boom hotelero en el Valle Sagrado y en Machu Picchu Pueblo, con proyectos amigables con el medioambiente. INKATERRA , Hilton, Marriot, westin , Belmond, Hyatt, Wyndham, son algunos de los gigantes hoteleros asentados en el país. De manera paralela, se han fortalecido cadenas nacionales como Casa Andina, Aranwa e Inkaterra.
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