La zona sur de la Reserva Nacional San Fernando (Marcona) es un lugar de características únicas en el Perú. Aquí el mar, las lomas y el desierto son el hábitat de especies en peligro de extinción como el cóndor y el guanaco, animales que han encontrado un refugio a orillas del Pacífico.
Por: Rolly Valdivia Chávez
No son molinos de viento ni gigantes bravucones en busca de conflicto. Eso está claro, pero considerando la apariencia de esas torres y sus hélices, no es descabellado que alguien se sienta –al menos por un instante o un par de minutos– como el caballero de la triste figura y decida armar un poquito de alboroto, ignorando las exigencias de cordura de un fidelísimo e inexistente Sancho Panza.
En esa disparatada escena que duraría tan solo un instante y no más de un par de minutos, el Quijote –acaso un viajero con ínfulas de escribidor– no terminará “rodando muy maltrecho por el campo”, como cuentan que sucedió con aquel bizarro personaje oriundo de la Mancha. No, él no quiere combatir a punta de lanzazos a esos enhiestos rivales. Su lucha –o su locura– tiene otros mecanismos, otros objetivos.
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Y es que aquel foráneo –ya afiebrado y desquiciado como el Quijote de Cervantes– no aspira ni pretende derribar a esas torres de viento que jamás serán peligrosos y retadores molinos. Él apelará al diálogo, a la palabra bien dicha, a la persuasión sutil y edulcorada. Si tiene éxito en su utópica misión, esas aspas poderosas se encargarán de repeler y espantar a todos los que aparezcan por aquí con malas intenciones.
Demasiado optimismo para un instante y un par de minutos. La realidad se impone. Ya no hay Quijotes en el parque eólico Wayra I. Solo viajeros que están de paso, que vuelven a una camioneta, que levantan polvo en el camino hacia Huaricangana, uno de los accesos a la zona sur de un área protegida que es hábitat de guanacos y zorros, de nutrias y lobos marinos, de piqueros y pingüinos de Humboldt, también de varios cóndores.
Atrás quedan las torres con apariencia de gigantes, las torres que convierten en energía los enjundiosos vientos del sur, las torres que un andariego con arrebatos quijotescos quiso convertir en implacables guardianes del desierto y las dunas, de las playas y los acantilados, de la biodiversidad costero-marítima de un destino con nombre de santo, en el que más de un descreído ha pronunciado un sorprendidísimo ‘oh, Dios mío’.
La frase se escucha cuando un zorro andino sale despavorido de su madriguera. Corre, se detiene, mira a los extraños, vuelve a correr. Se para al lado de un cartel en el que se lee: “Ayúdenos a conservar los ecosistemas…”. El zorro sabe. El zorro es taimado. El zorro es más vivo que ese cóndor tembleque y flacucho, sin collarín y sin cresta, que es maltratado una y otra vez por una iracunda e irreverente gaviota.
Qué abusiva, se mete con una guagüita. “Tendrá unos siete años y los cóndores viven hasta los 70, aproximadamente”, revela un guardaparque o uno de los voluntarios del Servicio Nacional de Áreas Protegidas por el Estado (Sernanp). Ah, claro, con la mamá ni se mete, menos aún con el macho que hace unos minutos nomás estuvo por la ensenada, las puntas y el islote, arrancando varios ‘oh, Dios mío’ al estirar sus alas.
Si otear un ejemplar del vultur gryphus (ese es su nombre científico) es todo un acontecimiento, imagínense lo que es avistar a un macho, a una hembra y a una cría al ladito del mar, compartiendo el espacio con varias aves guaneras. Solo unos metros más abajo, allá en las orillas del Pacífico, una corte de adormilados lobos marinos y un par de pingüinos sacudiendo hasta sus últimas plumas después de una buena zambullida.
Observar la vida silvestre desde un mirador, recrear la vista en un escenario natural con pinceladas de paraíso. Mirar y guardar distancia para no perturbar a los animales. Esa es la consigna en San Fernando, eso es lo que hay que hacer en las reservas nacionales. Así, ningún viajero con pretensión de Quijote moderno, querrá convertir en guardianes
–por un instante o un par de minutos– a las torres de viento de un parque eólico.
Las omisiones del caballero
No se adelante falso Quijote y presunto escribidor. No se apure y respete los tiempos. Usted habló del zorro y los cóndores, cuando eso no fue lo primero que pasó. Perdió el orden desde el principio, cuando se mandó con sus ‘molinos de viento’ sin mencionar si quiera cómo llegó al parque Wayra I y a la subestación de Poroma. Tampoco ha consignado demasiada información sobre la zona sur de San Fernando.
Diremos que se dejó ganar por la emoción. Tanto así que no dijo nada de las dunas ondulantes que, poco a poco, se fueron convirtiendo en lomas costeras. Fue allí donde apareció el zorro y en donde esperaste al guanaco. Mala suerte. Será para la próxima. El camélido en peligro de extinción que ha encontrado un refugio en la costa sur, se oculta, se esconde, te ignora. Solo los ves dibujado en un pequeño cartel.
El recorrido continúa. Las lomas son ahora atalayas del mar, de la bahía, de la ensenada, pero no las describes. Solo las miras y fantaseas. Sueñas con un océano limpio, sin desperdicios ni plásticos. Reacciona o buscaremos información en la Guía Oficial de Áreas Naturales Protegidas del Sernanp, donde nos enteraríamos que nuestro falso Quijote está en “un accidente geográfico que no tiene igual en el litoral” peruano.
La descripción prosigue: “dos puntas o penínsulas que se proyectan en el mar muy cercanas y paralelas, con un gran islote en el centro. Si pudiéramos verlo desde el aire, se asemejaría al pico abierto de un ave a punto de tragarse un pez”. Aprende. Algo así tenías que publicar, pero nada, preferiste perderte en tus quijotadas sanfernandinas, alegando que con esa estrategia lograrías cautivar a más lectores.
Exageraste. Tanto así que aún no comentas que estás en Marcona (Nasca, Ica), distrito en el que hay otra zona protegida, Punta San Juan, además de un rosario de miradores, playas y esculturas trabajadas por el caprichoso buril de la naturaleza. Complementos perfectos en un destino que tiene los recursos necesarios para despegar turísticamente, pero sin alejarse del camino de la conservación y el cuidado medioambiental.
Esa es la clave, la lucha por librar en San Fernando y en Marcona, para que sus paraísos oceánicos mantengan su biodiversidad. Y esa batalla por la ecología no la tiene que librar ningún aprendiz de Quijote. Tenemos que pelearla todos. Solo así, los guanacos y zorros, las nutrias y lobos marinos, los piqueros y pingüinos de Humboldt, también la familia de cóndores, seguirán llenando de vida este rincón del Pacífico.
En Rumbo:
La reserva: Creada el 21 de julio de 2009, San Fernando tiene una extensión de 154 716,37 hectáreas, el 28 por ciento de esa extensión corresponde a áreas marítimas. Para ingresar a esta zona protegida hay que solicitar permiso a la jefatura de la reserva. Escriba al correo electrónico jrios@sernanp.gob.pe.
Cómo llegar: Desde San Juan de Marcona siguiendo la vía costera que pasa por San Nicolás (45 kilómetros). Hay otro acceso a la altura del kilómetro 477 de la Panamericana Sur (tramo Nasca-Marcona), aquí se toma el desvío a Poroma (16 kilómetros hasta el ingreso de Huaricangana).
Alternativa: “Promovemos un turismo científico y de avistamiento. No queremos invadir ni ser intrusivos. Nada de selfis con el pingüino o el lobo marino. Eso estresa a los animales”, explica José Luis Abeo, jefe de Comunicaciones de Marcobre, empresa minera peruana que impulsa “el tema turístico con el propósito de beneficiar a un mayor número de personas y generar que los ciudadanos de Marcona se sientan orgullosos de lo que tienen”.
La promesa: “Nuestra tierra ha sido bendecida con bellezas naturales. Tenemos figuras pétreas que causan admiración, playas maravillosas y dos reservas naturales (San Fernando y Punta San Juan). Todos esos recursos debemos de potencializarlos. Esa es nuestra responsabilidad como autoridad”, comenta el alcalde distrital Elmo Pacheco Jurado.
El guanaco: Su nombre científico es Lama guanicoe. Es un camélido silvestre que suele habitar en zonas de altura, pero que en San Fernando se siente protegido.
El cóndor: Este magnífico carroñero puede alcanzar una envergadura superior a los 3 metros. Especie mítica, suele ‘reinar’ en las montañas de los Andes, aunque algunos individuos descienden a la costa para alimentarse.
El más alto: Huaricangana es el cerro más alto de la costa peruana con 1790 m.s.n.m.
Energía: El parque eólico Wayra I fue inaugurado en junio de 2018. Su capacidad de generación de energía es de 132 megavatios. Tres Hermanas es el nombre del otro parque eólico del distrito.
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Rumbos del Perú agradece a Marcobre, a la Municipalidad Provincial de Marcona y al Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado (Sernanp) por las facilidades brindadas para la realización de esta crónica.
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