Por David Roca Basadre
Periodista y especialista en educación comunitaria y ambiental
Quien escribe ha pasado varias décadas de su vida frente a un mar contaminado. El mar de Chorrillos ha sido casi un mar muerto por causa del enorme desagüe, llamado Colector de La Chira, que arrojaba una tercera parte de los desechos de la capital a esa parte de la costa. Era imposible bañarse con tranquilidad en sus aguas que por ratos parecían mentirosamente frescas y en algunas zonas despedían francamente olores insalubres, con fauna sobreviviente, y pescadores de altamar o alejados de lo que fuera el área pesquera y de esparcimiento playero más importante de Lima.
El proyecto Mesías se creó para solucionar ello y tardó más de veinte años en concretarse, a medias. Solo se concluyó el colector a inicios de 2016 y la idea de irrigar las pampas de San Bartolo en el vecino Lurín, se la tragó la angurria urbanizadora, dejando ese proceso inconcluso ante el sufrimiento de los que, a medio camino del desfogue de esas aguas, no le encuentran destino adecuado.
En Chorrillos, las aguas del mar parecieran volver a ser normales, ya no como antes, pero aún falta mucho para que todo ello se recupere a medias.
Lo de Repsol en Ventanilla es peor
El petróleo es materia orgánica, pero con gas, azufre, agua salada, compuestos oxigenados y nitrogenados, además de vestigios de metales, capaces de impregnar las zonas afectadas de manera indeleble, mil veces más venenoso que los desechos humanos. Lo acontecido en Ventanilla es una tragedia de la que no se saldrá ni a medias como en Chorrillos, y sobre la que no se adquiere consciencia aún.
Que una empresa extranjera, a la que solo le interesa lucrar, tenga poco interés en cuidar el territorio peruano es hasta comprensible, dado el sistema permisivo de las cosas y la corrupción estructurada en el Estado. Ellos y sus socios peruanos –que los tienen– ven solo un negocio. Buscan su dinero y nada más. Pero que funcionarios del Estado y la población en general no se movilicen y estén más absortos en el espectáculo de cuestionables y deprimentes discusiones políticas que no llevan a nada, es un escándalo para la historia de las calamidades. Y, sin embargo, es lo que está ocurriendo.
Ninguna novedad en realidad. Se repite lo que ocurrió con el ejemplo del Colector de La Chira en Chorrillos, se repite la indiferencia por los derrames petroleros en la Amazonía y, lo que es peor aún, la complicidad ante el arrojo de aguas de producción en ríos y lagunas amazónicas.
MÁS RUMBOS:
Hoy sabemos más, hoy son más culpables
Siempre se supo del daño causado. La salvedad es que hoy en día hay más información a la mano que debe alertar sobre la importancia del cuidado del lugar en que vivimos, del mundo y su situación grave, donde cada espacio por cuidar cuenta.
El daño causado en el litoral marino por el derrame petrolero, los daños causados por la agresión histórica de la Amazonía durante décadas, la agresión constante a todo el territorio por el uso irresponsable e inescrupuloso de los bienes de la tierra y la mayor destrucción de fuentes de vida –que amenaza con crecer ante el alza de precio de los minerales debido a la guerra en Ucrania, situación que invita a extraer más minerales– no anuncian un futuro tranquilo en nuestra patria.
Solo queda la alerta roja que debiera movilizar a todos para evitar mayores daños. Solo queda la movilización para presionar a las autoridades y a las empresas a obrar de acuerdo con los intereses de todos y no de pocos.
Hay salidas mejores para limpiar el derrame
Hemos sabido de empresas que han aportado con soluciones prácticas y a la mano para el limpiado del mar de Grau devastado por el derrame. No haremos publicidad mencionando nombres, pero sí sabemos que hay propuestas que demuestran eficiencia y que han pasado todas las pruebas de calificación para su uso. No se entiende que se detengan esas probabilidades y se prefiera metodologías de dudoso resultado.
Si se rechaza aquello que funciona para favorecer alternativas dudosas, daremos a conocer aquella información que tenemos a la mano. El lucro de pocos no puede hacerse a costa del bienestar de las mayorías.
Cuidar nuestro territorio es la más sagrada de las tareas. Cuidar nuestro hábitat es la primera obligación de todos los peruanos y peruanas. El patriotismo se muestra allí. Saludar a la bandera y cantar el himno nacional, no honran a nuestros héroes como sí lo hace cuidar el territorio. Ya sabemos cómo llamar a quienes atentan contra tal obligación suprema.