En los talleres Namora se elaboran con inspirada paciencia diversos instrumentos de cuerda, pero son las guitarras -infaltables en los carnavales- las que marcan el ritmo de una actividad artesanal que se ha convertido en motivo de orgullo y de identidad. Rumbos visitó este distrito cajamarquino para conocer más de la historia y el presente de sus ya míticos lutieres.
Texto: Rolly Valdivia Chávez
Cómo empezó. Acaso el origen de la tradición se sitúa en el rústico taller de un maestro anónimo que pulía sus técnicas con paciente destreza, para ‘armar’ a los músicos aficionados y a los ‘compadres’ que generaban el delirio carnavalero en el pueblo, haciendo vibrar las cuerdas mientras repetían una copla irónica y punzante, de esas que sacan ronchas y sonrisas.
Memoria perdida. Pasado olvidado. Génesis desconocido. ¿Quién fue el primero y por qué lo hizo? ¿Fue la artística curiosidad de un vecino?, ¿fue un paisano que aprendió el oficio en otra tierra y un buen día volvió para compartir sus saberes?, o, quizás, ¿fue un músico cansado de la codicia exagerada de los comerciantes o aburrido de tener que ir hasta la ciudad en busca de su preciado instrumento?
Nadie lo recuerda. Nadie lo sabe. Nadie tiene la respuesta definitiva. Ni los lutieres más veteranos y experimentados ni los más fervorosos seguidores del Ño Carnavalón, que no son pocos, más bien son muchos en Namora, el distrito cajamarquino donde la fabricación artesanal de guitarras y de otros instrumentos de cuerdas es, desde el siglo pasado, un símbolo de identidad y orgullo.
También lo es el carnaval, una celebración que no sería la misma sin el dulce cantar de las guitarras de Luis Romero Chávez, Tolentino Zelada, Henry Castope, José Luis Pérez, José Durán, entre otros, muchos otros creadores que contribuyen con su arte y sapiencia a consolidar el prestigio de las cuerdas namorinas, los cuales se escuchan más allá de las fronteras del distrito.
Es tal la pasión y el amor por esos días de jolgorio que el corazón carnavalero de la ciudadanía no dejó de latir ni de hacerse escuchar durante la pandemia, parafraseando al alcalde Juan Lobato, quien -mejillas con talco y bufanda de serpentina- explica y recuerda que para no perder la costumbre se organizó un concurso de coplas virtuales en el distrito.
Qué sería del carnaval sin las guitarras, el violín, el charango, la mandolina y el requinto. Qué sería de esos instrumentos de cuerda sin el carnaval. Una armoniosa combinación, una simbiosis perfecta expresada en los versos de varias coplas, como aquella que dice: “Levántate, guitarra / yo levantaré mi voz / esta fiesta de carnaval / lo pasaremos los dos”.
Y como ya nos entonamos haremos cantar al teclado como si fuera “esta guitarra que toco… / todo el día toda la noche / yo a mi guitarra lo quiero… / porque con mi guitarrita / saco chicha y aguardiente”; y, para rematar este párrafo coplero con gracia y sabrosura, sentenciaré que “mi guitarrita es muy buena / yo no la quiero vender / ni por oro ni por plata / ni por ninguna mujer”.
Finalmente, a todos mis lectores les comunico que ya no quiero cantar, aunque antes de despedirme yo les quiero contar que “hasta mi guitarra siente / cuando le faltan sus cuerdas / como no voy a sentir yo / cuando de mí no te acuerdas”. Perdón por los dislates, me dejé ganar por la emoción, ahora me olvido de las coplas, vuelvo a redactar, sin perder el rumbo y buscando un buen final.
Un poco de historia
Si bien se desconoce los principios de esta actividad, en el libro Namora, tierra de ensueño del profesor Eduardo Cabrera Urteaga (KN Editores, 2021), se menciona a don Francisco ‘Pancho’ Pinedo como uno de los primeros artesanos. En busca de información adicional, el autor de la publicación entrevistó a Santiago Huaccha Cerquín, un fabricante que “desde muy niño supe que era uno de los buenos”.
En el diálogo, don Santiago -quien no pudo estudiar regularmente- refiere que un día desarmó y puso en agua una guitarra vieja que encontró en su casa, entonces, sacó unas plantillas, la rearmó y se la compraron por seis soles. Posteriormente hizo su primer instrumento. “Me salió bien y la vendí en Casa Grande (La Libertad) por la suma de 100 soles, cantidad que jamás soñé conseguir.
Su éxito inicial lo motivaría a continuar “utilizando para su composición madera de pino blanco, de ese pino que venía en embalajes, ciprés, nogal, chinguillay y naranjillo”. El experimentado lutier, quien tenía 92 años en el momento de la entrevista, reconoce que antes que él, señores como “Pancho Bringas, Leoncio Cortez y Julio Briones también fabricaban guitarras”.
Con la experiencia ganada, le enseñaría el oficio a su primo hermano Gonzalo Cerquín, quien era sastre y hacía sombreros. Él aprendió bien, reconocería el lutier que desde los 7 a los 80 años, se entendió con las cuerdas, los clavijeros, las paletas, las embocaduras, las cajas melódicas, los diapasones y las demás partes de ese instrumento que llegaría al Perú y Cajamarca de mano de los españoles.
Esfuerzo, dedicación y reconocimiento, fueron palabras claves en su quehacer. “Mi prestigio fue creciendo, fabriqué mandolinas y banyos de doce cuerdas cada uno. La calidad de estos instrumentos fue motivo para que muchos paisanos, personas de otras ciudades y hasta extranjeros me solicitaran un instrumento de buen acabado y excelente sonido”, consigna Cabrera Urteaga en su publicación.
En aquellos años precursores, se utilizaban maderas locales, como el naranjillo, la chuñiguillay, el matacoche el puntisuelo, la cucharilla y el capulí -lo que no sorprende porque Namora es la tierra del capulí-. Actualmente, su uso ha disminuido, prefiriéndose el pino, la caoba, el nogal, el cedro, el palisandro y el guayacán o ébano americano, entre otras.
“Además, todo se hacía a pulso”, añora Luis Romero Chávez, quien a sus 71 años sigue produciendo en su casa taller del caserío La Chilca. Y si bien los tiempos han cambiado y hoy se emplean algunas herramientas modernas, la esencia artesanal se mantiene, así como el proceso de enseñanza directo, de padres a hijos, de maestro a aprendiz.
Patrimonio nacional, la próxima melodía
“Cada maestro reconoce su obra”, dice convencido Henry Castope. Él, a sus 30 años, calcula haber elaborado unas 3000 guitarras, a las que les ha dedicado mucha paciencia y horas de esforzado trajín. “Nuestro tiempo está ahí, pero lo bueno es que hago lo que me gusta. No lo veo como un trabajo”, precisa con la confianza de quien sabe que realiza una excelente labor.
Tan buena que “a nosotros nos vienen a buscar, porque solo vendemos aquí, en la tiendita”, dice con modestia, porque Namororco, el taller donde cada guitarra es hecha bajo la consigna de que será la mejor, convoca y atrae a los turistas que llegan al distrito, procedentes en su mayoría de la cercana ciudad de Cajamarca. Durante su visita, ellos aprenden los procesos y valoran el trabajo de los creadores.
La idea de la transformación del taller fue de su sobrino Jhonatan Galllardo, quien es un experto en tallar la madera. Una familia de artistas –“porque yo nací entre cuerdas”, reconoce Henry- que ha decidido mostrar y enseñar lo suyo a quienes vienen de afuera. Una experiencia similar es la que se tiene en el amplio local de Guitarras Pérez, uno de los primeros emprendimientos con visión turística.
“En Namora -refiere Rocío Llatas, la subgerenta de turismo y cultura del distrito- se han identificado cinco generaciones de artesanos”, aunque se desconoce el origen de la actividad. Ese vacío informativo no opaca la importancia ni la trascendencia de una expresión del patrimonio inmaterial que las autoridades locales buscan que sea incluida como Patrimonio Cultural de la Nación, desde enero de 2021.
“Estamos pidiendo que se declare a la guitarra namorina como patrimonio cultural inmaterial de la Nación, para que de alguna manera rescatemos, conservemos y mantengamos nuestra identidad cultural y reconocer a nuestros hermanos artesanos que fabrican la guitarra”, declaró en marzo del año pasado al diario Panorama Cajamarquino, el burgomaestre Lobato.
El objetivo es que los conocimientos, saberes y prácticas asociadas a la producción tradicional de instrumentos musicales de cuerda en este distrito de 9000 habitantes -en el que se han registrado 56 talleres, “pero ellos (los artesanos), dicen que son más de 100”, precisa Llatas-, reciban un reconocimiento oficial que valide y respalde un quehacer que se habría iniciado a principios del siglo XX.
La enseñanza de padres a hijos y de maestros a alumnos ha sido clave a lo largo de este proceso. “A mí me gustaba e iba a mirar como las hacían”, refresca sus inquietudes juveniles, Luis Romero Chávez, quien aprendió a trabajar cuando tenía 17 años. Un vecino le enseñó después de que su padre conversara con él. “Un mes estuve con mi maestro y aprendí. Dios me quiso dar esta profesión”.
Pero no fue una tarea fácil. “Muchos me desanimaban. Me decían: si no sabes leer, como vas a ver el metro”. No les hizo caso y aprendió en esos años en los que “solo había cinco guitarreros en Namora y no se vendía tanto como ahora. Yo me iba hasta Chimbote y a Casagrande con mi trabajo”; pero la situación cambiaba cuando se acercaban los carnavales porque “desde octubre empezábamos a hacer negocio”.
Maestro guitarrero y carnavalero hasta el tuétano “porque yo no pierdo mis costumbres”, don Luis tiene tres hijos que siguieron sus pasos, pero ellos trabajan de manera independiente. Jovial, sonriente y de hablar pausado, el experimentado lutier disfruta de recordar su historia que es, también, la historia de su pueblo, un pueblo en el que las guitarras son mucho más que un instrumento musical.
Son historia, son pasado y futuro. Son identidad y motivo de orgullo. Son fiesta y copla durante el carnaval y, esperamos que pronto, serán patrimonio cultural de todo un país, de toda una nación. Preparen las guitarras, afinen las cuerdas que ese día habrá fiesta grande en Namora. De eso estamos seguros, tan seguros como que esta crónica ha llegado a su fin.
En Rumbo
Llegar: Namora se encuentra a 40 minutos de la ciudad de Cajamarca. El acceso se realiza por una vía asfaltada.
Altura: el distrito presenta un rango altitudinal que va desde los 2612 hasta los 4090 m.s.n.m.
El dato: el 27 de abril de 1941, José María Arguedas publicaría en el diario La Prensa de Buenos Aires, el artículo El carnaval de Namora. En su texto, el autor de Los ríos profundos y Yawar fiesta, hace referencia a las guitarras, siendo esta la mención más antigua sobre estos instrumentos. Siga el enlace para ver el artículo completo https://elnuevodiario.pe/2021/01/el-carnaval-de-namora/.
Tiempos: Henry Castope explica que una guitarra sencilla se elabora en 15 días, mientras que una profesional demora hasta 3 meses. El costo de una de esas guitarras bordea los 2500 soles.
Anécdota: Luis Romero cuenta que fabricó una guitarra especial para su uso personal. La hizo de cedro, caoba y orejón. Un día, recuerda, vino su familia de la costa y en un dos por tres, le reventaron las cuerdas.
Verdad o mentira: “para hacer una guitarra hay que saber tocarla”, dice Henry Castope.
Rumbos del Perú agradece el apoyo brindado por la Municipalidad Distrital de Namora para la realización de este artículo. También a los maestros que compartieron sus historias con nuestro equipo y a la empresa Cajamarca Travel, que fue parte importante de nuestra travesía.