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Cultura

Vivencias ancestrales en Sarhua

Texto y fotos Luis Yupanqui

Es la primera vez que soy despertado por el municipio. Quizá puedan creer, que me quejo porque un parlante cortó mi sueño, pero no es así. Esta vez, no fue la tormentosa alarma de todos los días o el graznido de gaviotas en alguna playa o el canto insistente de un gallo pueblerino. No, no fue así.

Esta vez, desperté con una sonrisa, al escuchar a Dionisio Pomasoncco, presidente de la comunidad de Sarhua, saludar, en primer lugar, a todas las autoridades del pueblo, luego a todos los visitantes (éramos 5) y a todo el pueblo en general, deseándonos un buen día.

El viaje

El día anterior llegamos a Sarhua, uno de los doce distritos de la provincia de Víctor Fajardo, en la región Ayacucho. Desde Huamanga, el viaje duró tres horas. Ever Machaca, un entusiasta joven, encargado de turismo del municipio nos recibe. Camino al hospedaje, vemos un antiquísimo cedro en una esquina de la plaza y sobre uno de los frentes, la iglesia de las Buenas Memorias de San Juan Bautista, que luce en la fachada, pinturas de la vida cotidiana, hechas por los mas grandes artesanos de la comunidad.

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Sarhua, ubicada a 3389 msnm., basa su economía en la agricultura y la ganadería; los pobladores, hombres y mujeres, lucen vistosos sombreros que adornan con flores del lugar. Hablan quechua entre ellos y usan el castellano, solo para comunicarse con foráneos como nosotros.

Las vivencias de la gente

En Sarhua, las viviendas tienen personalidad, están hechas de barro, de ichu, de tejas, pero sobre todo de vivencias, de historias que se grafican y se instalan en las vigas q las conforman. Son piezas trabajadas sobre troncos de maguey, pintadas a mano con tintes naturales y mandadas a hacer por los compadres de las parejas que inician su vida matrimonial. En ellas se cuentan sus vivencias, mezcladas con la cosmovisión, mitología e ideología andina; augurándole prosperidad a la pareja.

La casa taller de Don Porfirio Ramos Yaname, tiene una pequeña puerta que conduce a un patio jardín, dos ambientes contiguos son taller y área de ventas, respectivamente. Una mesa con trabajo pendiente y muchos frasquitos con tintas naturales es iluminado por la luz natural que ingresa por una ventana. Don Porfirio, que previamente, se vistió con un hermoso poncho multicolor y sombrero adornado con flores, toma asiento para mostrarnos como sus manos transforman los trazos, en obras de arte.

Es un hombre sencillo, sino supiéramos quien es, pasaría desapercibido para nosotros. En el año 2021, fue reconocido por el Ministerio de Cultura, como amauta y gran maestro originario de la artesanía. Nos cuenta de sus inicios, de cómo aprendió de su padre, de como a los 12 años ya pintaba, de los tintes naturales que utiliza y del origen prehispánicos de las tablas. Miro asombrado, «el agradable brillo de sus manos» (Sumaq Chirapaq), como se llama su taller e imagino que plasmar sus vivencias en gráficos es una forma de preservar su cultura, como los dibujos de Guamán Poma de Ayala.

Era la víspera de una boda y en ella se llevaría a cabo la ceremonial «tabla apakuykuy» en la que, en medio de ritos, con cantos y chicha, sería obsequiada, la tradicional tabla a los dueños del nuevo hogar. Ever nos avisa que ya es hora de la “merienda” y que debemos ir a la casa de los novios, quienes nos han invitado. Mientras ingresamos a la casa, empezó a llover, nos refugiamos en un pequeño cuarto de adobe y sentados sobre una banca de madera, junto con los funcionarios del municipio tomamos la “merienda” que resultó ser una sopa que se prepara para las bodas, a base de habas, papa, trigo y achiote. Contundente.

Artista de las tablas

Jorge Pomacanchari Canchari, no es solo un artista de las tablas de Sarhua, sino también de las tablas escénicas. Jorge ha sido protagonista de la película «Diógenes», película «que ya se estrena en estos días» como nos lo recuerdan constantemente. Jorge tiene una sutil sonrisa mezclada con timidez, prefiere hablar de su trabajo como artesano, antes de su actuación cinematográfica.

Entre las muchas artesanías, resalta un tronco de maguey de algo más de 2 metros por unos 30 cm de ancho, es de forma irregular y en la parte alta tiene dibujado un sol, en la base, a la virgen de la Asunción y entre ellos, como estaciones, diferentes dibujos que representan algunos familiares allegados a los novios (que se casaran mañana) en sus quehaceres cotidianos.

Mientras conversábamos, apareció su pequeño hijo, Jair Nahim, dando vivas, «ese es mi Papá, bravo, bravo», aplaudía orgulloso. Le apuintó con la cámara y se escapó, pero para regresar con poncho y sombrero. Jahir dibuja, pinta, baila. La timidez de su padre le es ajena.

Ya les conté que Dionisio Pomasoncco (corazón de Puma), nos despertó augurándonos un buen día y estamos seguros que así será. Iremos a conocer el puente Pichus Chaka, el único puente colgante a base de Pichus, arbusto que es recolectado y secado, para que a base de trenzados forme el puente que atravesará el rio. Queda pendiente participar de la reconstrucción del puente, realizada entre los ayllus: Sawja y Qullana que esperamos ver en una próxima visita. Así como, las hermosas caídas de agua de Campanayuq. Nos vamos con el gusto de haber participado de la cultura viva de esta hermosa comunidad asentada en las alturas de la margen derecha del río Pampas.

En rumbo:

  • La plaza de armas, según una leyenda, fue edificada sobre una laguna donde vivían pumas que devoraban a otros animales y que de ahí derivaría el nombre de Sarhua; que en quechua es «sarwi»: restos de animales devorados.
  • Los habitantes de Sarhua se dedican a la agricultura y ganadería, por ello su iglesia está dedicada a San Juan Bautista relaciona con la ganadería, cuya fiesta es el 24 de junio. Otra fiesta importante es el 15 de agosto donde veneran a la patrona del pueblo, la Virgen de la Asunción, protagonista principal de las tablas de Sarhua.
  • Según Pablo Macera, las primeras noticias que tuvieron los investigadores limeños sobre estas tablas fueron difundidas en San Marcos por un alumno ayacuchano en 1945, durante una clase del historiador Raúl Porras Barrenechea. A partir de esa información, Porras estableció una relación entre las tablas de Sarhua y los kipus y qellcas precolombinas, que eran formas de registro informativo incas.
  • Testimonios y comentarios de cronistas como Juan Polo de Ondegardo y Zárate, Pedro Sarmiento de Gamboa, y Cristóbal de Molina, señalan la existencia de un lugar anterior a la llegada de los españoles conocido como «Pokecancha» o «Poquencancha», donde hubo tablas y paneles pintados con representaciones figurativas diversas.
  • Alejo Porfirio Ramos Yanamé, nació el 17 de febrero del año 1964 en la comunidad de Sarhua. Empezó a trabajar desde los 12 años de edad en la elaboración de las tablas pintadas, aprendió de sus ancestros y llegó a ganar varios premios, locales, regionales y nacionales. Hoy es reconocido como maestro originario (amauta) por el ministerio de cultura en el año 2021.

durante el proceso de construcción de una casa en Sarhua, los compadres de la pareja dueña del nuevo hogar solían obsequiarles una o más tablas tradicionales que en sus partes planas llevaban plasmados una serie de dibujos pintados donde figuraba la representación del núcleo familiar y algunos personajes allegados. De ahí la referencia a un supuesto sustrato genealógico.

Las tablas eran entregadas en medio de ritos y entusiasmo, resaltando el famoso pasaje conocido como «tabla apakuykuy», donde los compadres ingresaban al nuevo hogar llevando consigo estos objetos, además de toda una parafernalia desplegada con cantos y chicha.

Las tablas tradicionales solían medir de 2 a 4 metros de alto, con un ancho de 20 a 30 centímetros y tenían la apariencia de ser columnas largas y delgadas, adaptándose a las formas de los troncos de árboles locales con los que eran fabricadas. La interpretación de las tablas era realizada de abajo hacia arriba, patrón de lectura que aún hoy subsiste. Asimismo, casi todos los caracteres descritos que definen una tabla tradicional no han desaparecido, dado que algunos solo han mutado.

Originalmente, estas eran elaboradas en la superficie plana de troncos de más de dos metros de alto cortados longitudinalmente. Para pintarlas era necesario pulir la parte plana y, luego, blanquearla con yeso. Posteriormente, el encargado de la obra dividía la zona blanca en espacios consecutivos en cuyos límites dibujaba flores o grecas. El sol, en el extremo superior, y el santo del pueblo, en el inferior, indicaban el inicio y el fin del espacio pictórico que buscaba retratar tanto a la pareja a la que sería regalada como a su familia.

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