Los madereros gastaron sus buenos reales en la investigación de rigor y se dieron con una mala nueva. Las hectáreas que habían comprado a ojos cerrados en la reserva ecuatoriana del Choco, tenían demasiadas especies. Sí, y esa era una mala noticia porque diversificaba una oferta que solo demandaba abarco, caoba y cedro.
Mal negocio. Empacaron sierras eléctricas y tijeras voladoras, despidieron al personal reclutado en la ciudad por su poco apego al remordimiento, y pusieron un aviso en el diario: ‘vendo 1 200 hectáreas de pura vida en medio del Choco‘. Ningún experto en las artes de talar bosques contestó el aviso. Todos en el gremio maldito de la deforestación se pasaron la voz: esos terrenos solo servían para mirarlos.
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Entonces sonó el teléfono. Era Roque Sevilla, ex alcalde de Quito y un amante de la naturaleza. “Lo quiero”, dijo lacónicamente, y antes que los vendedores pierdan el entusiasmo por la aparición del incauto, acordaron una rebajita y cerraron el ‘business’.
“No sabía que iba a hacer con los terrenos, pero tenía miedo que se arrepintieran y decidieran tumbarse especies para plantar palmas o qué se yo”, sostuvo Sevilla cuando le vino el alma al cuerpo y se le fueron algunos millones de su cuenta bancaria.
En un país como Ecuador, donde anualmente se pierden 70 000 hectáreas de bosque natural, la decisión de ponerle un pare a la deforestación con el propio peculio era una noticia que despertaba burlas y ventilaba una advenediza pérdida de la cordura. Pero Sevilla no estaba loco.
La chispa…
Cuando escuchó las mofas por ese terreno que solo servía para mirarlo, entendió al instante la naturaleza de su locura y decidió lo que haría. Pondría un hotel, un mirador en el que recibiría a la gente para enrostrarle el orgullo que tenía por su patria. Quería ver sus caras estupefactas, escuchar la envidia transformada en adjetivos, y echarse a dormir en la hamaca con el pecho hinchado de sacrosanto orgullo patriotero.
Y así nació Mashpi Lodge, el hotel enclavado en la Reserva Privada del Chocó, una de las regiones con mayor biodiversidad del mundo (tiene 1 700 especies de aves). Un tipo de bosque que está desapareciendo a una velocidad increíble y del que el Ecuador solo posee el 5 por ciento.
Ahora el sueño busca fomentar el turismo ecológico, trabajar con las comunidades locales y aferrarse a minimizar el impacto de la actividad humana en el medioambiente. Por eso su estructura, que costó US$10 millones, es mayormente de vidrio y las paredes de acero fueron ensambladas en Quito para minimizar el impacto en el bosque. La luminosidad es LED para reducir el consumo de energía y amarillas para no atraer insectos.
Pero semejante placer tiene un alto precio: pasar la noche cuesta alrededor de US$1 500 para dos personas, incluyendo comidas, traslados y excursiones. Pero ojo, parte de ese dinero se destina a investigaciones científicas de animales, plantas y recursos hídricos. ¿Veremos algo parecido en Perú?
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