Por David Roca Basadre
La quietud del bosque en medio del desierto, donde reinan ancianos algarrobos y sus retoños de edades y formas diversas y brilla la corte de zapotes, faiques y palo verdes, es el escenario magnífico donde dormitan las huellas del antiguo reino teocrático de Sicán, en forma de grandes pirámides truncas que han resistido quinientos años de huaqueo y abandono.
Sin embargo son capaces, a pesar de todo, de darnos aún pruebas de aciago poderío y grandeza: durante casi trescientos años, a fines del primer milenio d.C., los Sicán hicieron de su poder terrible la fuerza predominante e influyente de un amplio territorio que abarcaba desde el sur del Ecuador, hasta los linderos de Pachacamac y Ancón.
Son aproximadamente seis mil hectáreas las que cubre el Santuario Histórico Bosque de Pomac, el bosque seco más grande de América y probablemente del mundo, conjunto de especies de flora y fauna adaptada al clima excepcionalmente seco del desierto costeño, que vive del contacto hallado del agua subterránea por la fuerza de sus raíces y propiciador de una fauna sorprendente por su variedad.
El Santuario Histórico Bosque de Pomac es testigo excepcional y espléndido de la maravillosa simbiosis entre el hombre y el resto de la naturaleza, como quizá no lo hay en otra parte del planeta.
El poder de Sicán
Quizá no un caso único en la rica historia transcurrida en el territorio peruano, poblado de valiosas manifestaciones culturales ignoradas, el recuerdo de Sicán ha tardado en imponerse a los ojos de los peruanos y del mundo.
El gran revelador de la importancia de Sicán, el doctor Izumi Shimada, la caracteriza cronológicamente a partir de los estudios de su cerámica, en tres periodos: Sicán Temprano que habría existido entre los años 700 a 900 d.C., Sicán Medio entre 900 y 1100 d.C y Sicán Tardío entre 1100 y 1350 d.C.
Es a Sicán Medio, sin embargo, al que debemos atribuirle el aporte más importante y el legado en obras de fina metalurgia, cerámica, técnica depurada y formas de convivencia en la naturaleza, que un modernísimo Museo de Sicán – promovido con intensidad por el doctor Shimada y obtenido gracias a la cooperación japonesa – nos expone didácticamente a pocos kilómetros del bosque donde fueron hallados tales vestigios.
No los únicos, sin embargo. Puede afirmarse con seguridad que casi el ochenta por ciento de los objetos antiguos labrados en oro y otros metales, provenientes de nuestro territorio, que están en colecciones privadas y museos del Perú y fuera del Perú, y que causan la admiración del mundo por la maestría de nuestros artesanos, provienen de Batán Grande, nombre con el que también se conoce a la extensión donde estuviera el centro del poderío de Sicán, en el hoy Santuario Histórico del Bosque de Pomac.
Las pirámides truncas, que eran centros de culto religioso, donde la presencia de muchas tumbas delata cierto probable culto a los antepasados, se combinaban con plataformas públicas. La decoración mural se centra siempre en el personaje central, un dios presentado como un degollador de ojos alados, que porta una cabeza en una mano y un tumi ritual en la otra, el mismo al que temían los mochicas y que ya frecuentaba estas tierras desde muchos siglos antes y al que, luego, asumirán los señores Chimú.
Sicán tiene, sin embargo, su propia personalidad. Es el resultado de la fusión de dos de las principales tradiciones culturales del territorio andino, la herencia Mochica en la costa norte y la influencia Tiahuanaco – Wari de la sierra sur. El resultado es creativo y original.
La visita al Museo de Sicán nos permite apreciar la calidad del trabajo de aquellos artesanos. Donde la exquisita cerámica tan sólo es superada en asombro por el brillo del trabajo metalúrgico. Si bien los objetos de aleación de oro aparecen como más atractivos al visitante, el éxito mayor de su arte residió en la fundición a gran escala de cobre arsenical o bronce arsenical, aleación que ofrece ductilidad superior, dureza y mayor resistencia a la corrosión. Los hornos en que trabajaban sus artesanos requerían mucha mano de obra, materiales, carbón y fuertes corrientes de aire que eran suministradas por la fuerza del pulmón humano. Todo ello ha sido reconstruido para el visitante al Museo, de una manera vívida y didáctica.
La magia del bosque
De pie ante el árbol que llaman milenario, anciano algarrobo de casi quinientos años que despliega toda su sabiduría en largas ramas aún no vencidas, y que siguen produciendo abundante fruto, no nos sublevan – sino que nos convencen – el culto y los rezos que los lugareños le rinden. El árbol milenario es el símbolo, junto a algunos otros venerables, de lo que el bosque debió significar siempre y que obviamente refleja la dependencia del hombre con su entorno, al que reconocía como la providencia que le permitía seguir viviendo.
El bosque tiene un árbol emblemático, el algarrobo (Prosopis pallida), presente en toda la zona norte del territorio pero que tiene un punto de concentración aquí en Pomac. Sus raíces se hunden en la tierra hasta alcanzar la napa freática y se ha encontrado alguno que ha llegado a cavar hasta sesenta metros en pos del agua. Los animales comen sus hojas, sus frutos sirven de forraje, pero también para el consumo humano, sobre todo a través del extracto llamado algarrobina. Las flores proveen de excelente néctar para las abejas de los apicultores que se han instalado en la zona y producen miel de buena calidad y sabor, además de abundante polen. Las hojas secas se usan como excelente combustible y sus amplias ramas y hojas dan la sombra necesaria para hacer habitable la aridez del desierto.
Al algarrobo lo acompañan el sapote, segundo en presencia, de menor amplitud pero de grandes virtudes, el faique, el paloverde, arbustos como el vichayo y el cuncuno, además de lomas de cactus. Cada cierto tiempo – aproximadamente una década – aparece El Niño y eso provoca que ocurran lluvias intensas. Como resultado emergen especies herbáceas que componen ricas y efímeras praderas, germinan las semillas de los árboles muchas veces enriquecidas por el abono de los animales luego de consumir los frutos, y todo el bosque se regenera.
El bosque de Pomac es el principal refugio de una fauna silvestre que se ha adaptado plenamente a este ecosistema, al punto de ser muchas de las especies endémicas. Es el caso del chiroque, la ardilla nuca blanca y otras amenazadas de extinguirse, como la cortarrama, el halcón, el gato montés, el oso hormiguero, el popular huerequeque y otros que sumados alcanzan a ser cuarentiun especies de aves, siete de mamíferos y nueve de reptiles, reconocidos en la actualidad. Se han marchado con la actividad humana y con la pérdida paulatina de contacto con las zonas altoandinas, antes ligadas a través de un corredor biológico, los venados, los pumas, las pavas aliblanca y el cóndor. Impresionante suma de especies animales que el sentido común habitual no puede imaginar en medio del desierto y que los bosques secos logran abrigar.
Sin embargo, los bosques secos han sido objeto de codicia por la calidad de su madera sobre todo y la utilidad de sus hojas y frutos. Mientras que el hombre prehispánico tenía mucho cuidado en el uso de lo que era vital para su sobrevivencia, la llegada de otras visiones del mundo con la conquista y más aceleradamente la búsqueda de combustible en tiempos recientes y hasta el día de hoy, trajeron la devastación de grandes extensiones que fueron utilizadas para leña y carbón de las poblaciones rurales y de las ciudades que iban apareciendo en la costa.
Estos ecosistemas áridos y de lluvias escasas, donde las plantas están sometidas a estrés hídrico casi permanentemente, tienen escasas precipitaciones y una temperatura ambiental de 27° C, como promedio. La rica flora y fauna allí establecida y desarrollada se ha adaptado en sana convivencia con el componente humano que sabe establecer una relación armoniosa con el conjunto, generando una interdependencia de mutuo provecho. Así, son decenas de miles las familias campesinas que tienen como fuente de sustento a los bosques secos y viven al abrigo de estos ecosistemas. De su existencia – y esto lo intuía el hombre prehispánico – depende la regulación del ciclo hídrico de las cuencas costeñas, el control de la erosión y la lucha contra la desertización y el mantenimiento de la calidad del agua.