Lunahuaná tiene una sorprendente red de canopys, entretejida sobre el río y entre los cerros. Sienta la adrenalina de volar en la siguiente nota.
Iván Reyna / Revista Rumbos
Lunahuaná amanece, despierta, sale el sol. Los carrizales despliegan su verdor con la primera luz. Nos encontramos en los predios de San Jerónimo (kilómetro 33,5 de la carretera Canete-Yauyos), minutos antes de llegar al puebo, al valle, al distrito turístico de Cañete (Lima).
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Estamos con todas las pilas para hacer canopy. Sí, canopy, ese deporte de aventura que permite deslizarse por un cable de acero de un extremo a otro, suspendido a una polea y colgado de un arnés.
Después de un par de tips, subo a una de las torres ancladas. Debajo, el río es un rumor creciente: las piedras se alocan bajo el agua. ¡Zuuumm!…me lanzo al infinito, o al menos eso me parece, aunque voy a 20 kilómetros por hora sobre el río Cañete, siento que entro en comunión con el universo.
Uno de los guías me comenta que hay dos rutas: la corta y la larga. Le han puesto nombres de aves según la velocidad del desplazamiento. Por ejemplo, en la ruta corta se encuentra el ‘cormorán’ de 350 metros que cruza el río Cañete, y el ‘carpintero’ de 400 metros que cruzar el río, pero de regreso.
Dicen que la ruta larga es más emocionante aún, al extremo sur del valle -entre los cerros- es posible lanzarse por el ‘vencejo’, una vibrante línea de 500 metros que alcanza velocidades de hasta 70 kilómetros por hora.
Luego se encuentra la ‘lechuza’ de 200 metros, y la más veloz de todas el ‘picaflor’ de sólo 100 metros. El remate final llega con el ‘águila’, una línea de 900 metros, considerada como la más larga de Sudamérica.
Orígenes de una aventura
Canopy es una palabra inglesa que significa dosel, es decir, la copa de los árboles. Su historia se remonta a los años 70, cuando Donald Perry y John Williams, dos estudiantes de biología de la Universidad de Los Ángeles, inventaron esta forma de moverse por la parte alta de la selva tropical de Costa Rica.
La técnica tuvo gran acogida entre investigadores y conservacionistas. Fue a partir de los 90 que esta genial ideal se aplicó con fines de ocio y entretenimiento, convirtiéndose en un deporte que pasó a llamarse canopy, extendiéndose rápidamente en el mundo.
La idea de hacer canopy en Lunahuaná se debe a los kayakistas Leonardo González y Gianmarco Vellutino. Ellos trajeron la propuesta de Argentina y se la plantearon a José Bello y Luis Vereau, dos empresarios con muchos años en el mundo de los deportes extremos.
Trabajaron casi un año en el proyecto, asesorados por un arquitecto y un escalador costarricense. Hoy todo funciona de maravilla. Y Lunahuaná sigue liderando los deportes extremos en toda la región Lima.
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