Por: Álvaro Rocha
“¿Qué ciudad de las dimensiones de Tarapoto tiene un bosque tan extenso al alcance la mano?”, se pregunta el investigador Rainer Schulte. La verdad no se me ocurre ningún caso parecido, no solo en el Perú sino en el mundo. “Es demasiado importante, hay que protegerlo”, remata Schulte.
Y es que en ese bosque “nacen todas las quebradas que abastecen de agua a Tarapoto y Lamas”, señala Aníbal del Águila de la Asociación Alto Ahuashiyacu. Estamos hablando de 300 mil personas que dependen de la salud de este ecosistema.
Cordillera Escalera fue la primera área de conservación regional (ACR) instituida en el Perú. Creada el 2005, abarca nueve distritos (5 de Tarapoto y 4 de Lamas), con 149,800 hectáreas. Sin embargo, el entusiasmo inicial decayó ante la desidia de las autoridades ambientales y regionales. Cordillera Escalera fue una puerta abierta para los taladores ilegales, los cultivos de coca, los migrantes que deforestaban para sembrar café y los ganaderos.
El guardaparque, Jorge Luís Vela, reconoce que “desde el 2005 al 2013, el ACR fue letra muerta”. Los pobladores eran renuentes a los planes de conservación, en parte porque el Inrena primero, y el Sernanp después, no ofrecían alternativas viables, se apegaban a las normas y no tomaban en cuenta el contexto social.
“Una de las principales iniciativas que dio el ACR para evitar que se sigan bajando el bosque fue promover la formación de asociaciones ecoturísticas”, apunta Vela. Una estrategia inteligente, porque Tarapoto recibe muchos viajeros, deseosos de apreciar una selva primaria, con cataratas, gallitos de las rocas y orquídeas, al alcance de la mano. A la fecha hay decenas de asociaciones ecoturísticas dentro de la ACR, que cuidan los recursos naturales, crean empleos y obtienen ingresos mediante el turismo de naturaleza.
Además, estas asociaciones despertaron la conciencia de los tarapotinos que veían como el caudal de los ríos Cumbaza y Shilcayo, entre otros, se había reducido dramáticamente. De manera que la sociedad civil se compró el pleito y fue parte activa de esta iniciativa para resguardar el bosque que les provee agua, oxígeno y, aunque algunos no lo entiendan, un paisaje geográfico que es parte entrañable de sus recuerdos y su identidad.
Solo así se explica la multitudinaria marcha del 2018 en defensa de Cordillera Escalera, cuando miles de tarapotinos al grito de “vida sí, petróleo no”, expresaron su rechazo al intento de la petrolera Repsol de explotar el lote 103, que está al interior del ACR. Y es que a pesar que el 2009 el Tribunal Constitucional suspendió la exploración y explotación del lote 103, la nefasta ex ministra de Ambiente, Elsa Galarza, apoyó a la empresa petrolera. Felizmente, la actual ministra del sector, Fabiola Muñoz, ha contenido la voracidad de la petrolera en salvaguarda de la ACR.
La otra estrategia que permitió ganarse a la población que vive dentro del ACR, partió de los propios guardaparques que eran hostilizados al tratar de imponer la ley a rajatabla. “Nosotros planteamos a la jefatura del ACR, que deberíamos tener una postura más reflexiva y dialogante”, nos dice el guardaparque Jorge Vela. Felizmente esta propuesta fue aceptada y partir de entonces la relación con la población cambió para bien. Los colonos y mestizos fueron informados de cómo podían aprovechar el bosque, y los mismos guardaparques les hacían los trámites en Tarapoto para facilitarle las cosas. Así surgió una simbiosis, y los detractores se convirtieron en aliados por la conservación.
Ahora los pobladores saben que no pueden expandir su área cultivada, incluso avisan a los guardaparques cuando ven a alguien abriendo una chacra, los mitayeros piden permiso para cazar animales silvestres, y hasta para aprovechar un árbol caído se informa a las autoridades ambientales. La diferencia con la etapa inicial del ACR es que ahora hay más flexibilidad y empatía de parte de los guardaparques.
Desde luego no todo sucedió de la noche a la mañana. Fue mucho más asequible coordinar con las comunidades nativas kichwas lamistas, que consideran al bosque como una extensión de su espiritualidad, y ayudan en el control y vigilancia del mismo. Convencer a los mestizos fue más complicado, pero se logró con la creación de las asociaciones ecoturísticas y el apoyo en los trámites administrativos. Como bien señala Rider Panduro, ingeniero agrónomo de la ONG Choba Choba: “el enfoque no solo debe ser biológico sino también cultural”.
La tercera pata de la mesa que ha permitido revertir el abandono en que se encontraba Cordillera Escalera, es la iniciativa para crear reservas de conservación privadas. Entre ellas destaca Aconabikh, 40 hectáreas que adquirió Jerik Pérez hace diez años, en la zona de amortiguamiento de la ACR. En ese entonces su terreno era un potrero, cubierto por pastizales para la ganadería. En la zona todos eran ganaderos. Jerik sembró árboles de tornillo, cedro, capirona y caoba. Sin embargo, las vacas de su vecino se comieron sus caobas.
Jerik no se dio por vencido y pacientemente creó conciencia entre sus vecinos para frenar la deforestación y la actividad ganadera. Su prédica tuvo éxito y pudo realizar una reforestación de 14 mil plantones con especies nativas. A la vez, impidió la entrada de cazadores furtivos. “En poco tiempo los animales silvestres se multiplicaron, he observado otorongos, venados, sajinos, osos de anteojos y una manada de 70 huanganas”, dice con orgullo.
Aunque Cordillera Escalera no tiene los problemas de otra reserva natural de la región como el Bosque de Protección Alto Mayo, donde el 40% de su superficie es tierra liberada, fuera del control del Sernanp, hay que estar alerta porque la dinámica social es impredecible.
Tarapoto cada vez va a tener más habitantes, tanto en la ciudad como en el campo, donde siguen llegando migrantes creyendo que San Martín es El Dorado y la tierra está tirada, y si no se regula con inteligencia esta situación, con una zonificación del territorio, la presión por los recursos podría desbordar la intangibilidad de Cordillera Escalera, con la consiguiente deforestación, estrés hídrico, erosión y derrumbes, ausencia de fauna silvestre y contaminación de los ríos.
Y el grandioso bosque del que hablaba Schulte al inicio de este artículo, será solo un triste recuerdo. Porque nosotros necesitamos a la naturaleza, pero la naturaleza no necesita de nosotros.
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