El turismo de naturaleza es una alternativa de desarrollo en las distintas regiones del Perú. En las selvas de los departamentos de Cusco y Madre de Dios las estaciones biológicas de Conservación Amazónica – Acca se han puesto a la vanguardia de un tipo de turismo que cada día gana más adeptos.
Por: Guillermo Reaño – Viajeros
¿Recuerdan los textos escolares de Javier Pulgar Vidal, el ilustre geógrafo que acabó con la anticuada división del Perú en tres regiones naturales: costa, sierra y selva? ¿Lo recuerdan?, gracias a él los peruanos entendimos por fin que nuestro país era un mosaico de pisos altitudinales en los que el relieve, la altura, el clima y la vida natural presentaban características diferenciadas y a veces únicas.
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Eso se siente en los bosques nublados de Kosñipata, en la provincia del Cusco, en la ruta entre Acjanaco y Pilcopata, uno de los recorridos más alucinantes –por intensos y bellos- que conectan las cumbres de los Andes peruanos con el llano amazónico. Una gradiente altitudinal, como dicen los entendidos, que en solo tres o cuatro horas de viaje en autobús permite descender desde los 3800 msnm, en Tres Cruces, Parque Nacional del Manu, hasta Pilcopata, sobre los 800 msnm, allí donde nace y se hace fuerte el río Madre de Dios.
Acabo de estar allí, gozando como un niño del espectáculo de las aves multicolores, los leks o apostaderos de Gallitos de las rocas (Rupicola peruaviana), las cataratas que caen desde lo alto y el bosque –fantasmal y único- sumergido entre las nubes que van llegando desde el Atlántico para transformar los pajonales, las queuñas y el ichu en una fiesta –literal- de la naturaleza.
Dichosos los seres humanos que tienen la suerte de pasar unos días en la Estación Biológica de Wayqecha, 2950 msnm, allí donde nace el bosque de nubes que se prolonga hasta el valle del río San Pedro y los fértiles tierras de Chontachaca y Patria, un gabinete científico que brinda refugio a científicos de todo el mundo interesados en entender las modificaciones que el cambio climático viene produciendo en las yungas orientales del país, un ecosistema singular, poblado por epífitas –musgos, helechos, bromelias- que han colonizado los árboles y roqueríos por dónde se desplazan venados, pumas y osos de anteojos.
Y también amantes de la naturaleza, de las aves, las orquídeas, los paisajes inauditos, la vida silvestre en su máxima expresión…
Wayqecha, explosión de vida
En la Estación Biológica de Wayqecha, ahora escucho con atención a John Achicalahua, biólogo, cusqueño, administrador del eco-albergue que estableció Conservación Amazónica-ACCA en el año 2006 sobre un área aproximada de 600 hectáreas, justamente en una zona de transición entre los pajonales de altura y las yungas orientales, se llevan registradas hasta la fecha 315 especies de aves, 36 especies de mamíferos, 15 de anfibios, 4 de reptiles y 136 especies de anfibios.
“La carretera que desciende dando mil vueltas, prosigue, es también una ruta de aves: todos los días llegan birdwatchers de todo el mundo para avistar las especies más representativas de esta zona que se encuentra entre los 2300 y 3500 msnm”. Lo comprobamos, Jonathan y Silvia, dos turistas sudafricanos viajando por nuestro continente en su potente camioneta Land Rover se encontraron en las puertas de la estación con Allan, un inglés aficionado a las aves que recorre el planeta en su bicicleta registrando emplumados y hablando más de la cuenta del poderoso Manchester City.
Los tres no pararon de celebrar la oportunidad de empezar su descenso por los bosques encantados de Kosñipata desde los jardines, por llamar de algún modo a las asociaciones arbustivas de Wayqecha, donde se pueden observar, una a una, las 296 especies de orquídeas que viven en estas laderas no hace mucho sometidas a la tala indiscriminada y la quema constante, dos prácticas bastante extendidas, lamentablemente, en estos parajes tan frágiles.
La llamada de un pututo interrumpe nuestra conversación, es hora de ir al comedor de la estación para almorzar con los investigadores que van llegando del campo.
Tres estudiantes de una universidad de Londres, una de ellas natural de Singapur y dos estudiantes peruanos, la jovencita de la Universidad Nacional Agraria de La Molina y el muchacho de la combativa Universidad Nacional San Antonio Abad del Cusco, ambos realizando un estudio sobre las aves del pajonal, se reúnen en la mesa para hablar de lo que más les gusta y es el objeto de sus investigaciones: la relación entre las especies y el bosque en estos tiempos de cambios en la temperatura global y nuevas condiciones de vida.
En la estación biológica las habitaciones de los investigadores se encuentran en un ambiente separado, muy cómodo, de fácil acceso al laboratorio, el salón multipropósito que sirve de sala de conferencias y a las trochas –una maraña de rutas muy bien señalizadas que se extienden por 25 kilómetros- que conducen a los campos de investigación. John me lleva una de las mañanas de mi cómoda estancia en Wayqecha a recorrer una trocha entre árboles colmados de epifitas que nos condujo al canopy o puente aéreo que se levanta sobre una quebrada que hace de la aventura que he venido a vivir, una deliciosa y atrevida experiencia.
Desde lo alto del canopy, uno de los más seguros y potentes que se han construido en las yungas sudamericanas, se puede ver a los lejos el llano amazónico y el tropel de las nubes que se desplazan hacia los andes para regar sus laderas y sembrar de vida este paraíso.
Ciencia pura y turismo
Los directivos y técnicos de ACCA han decidido abrir sus instalaciones al turismo especializado con la intención de sostener económicamente la iniciativa y sentar las bases de una relación armoniosa que enlace dos conceptos que no deben ser antagónicos: ciencia y turismo. Para ello han construido en un sector contiguo al pabellón de los investigadores un manojo de cabañitas suspendidas en el aire, como lo ha anotado Walter Wust en el libro de visitas, que permiten al que llegó sentirse parte de este bosque tan lleno de vida.
“En las noches, prosigue John Achicalagua, turistas e investigadores se vuelven a encontrar para contarse lo que vieron e hicieron a lo largo de la jornada”. Es entonces cuando la tertulia se hace infinita y los aprendizajes terminan de sellar amistades que van a perdurar en el tiempo.
Aprendí en Wayqecha que el tiempo se convierte de verdad en oro cuando uno lo utiliza para contemplar lo que nuestro planeta tiene y hay que cuidar. Aprendí también, no lo sabía, que los árboles, el bosque de estas yungas increíbles, se están moviendo cada año, colonizando espacios impensados en las zonas más altas, huyendo de los cambios de temperatura y adaptándose a los nuevos tiempos. Y con ellos, se están moviendo también los tripulantes de un Arca de Noé habitada por criaturas de todo tipo que creció y sobrevivió en estas montañas donde el agua se ha convertido en vida.
Vida para nosotros y para los que vienen.
Villa Carmen, un Edén en el distrito de Kosñipata
Panchito Llacma recuerda muy bien el momento. Iba a cerrar la cocina de la Estación Biológica de Villa Carmen, su feudo desde hace mucho en estos bosques de Kosñipata tan llenos de vida, cuando una señorita, la más educada del grupo de estudiantes de los Estados Unidos que los visitaba desde hacía varios días, se acercó con el plato que había usado en la cena y le pidió, con una gentileza conmovedora, permiso para lavarlo.
Panchito, chumbivilcano de armas tomar, es un hombre duro y sabe muy bien su oficio. Desde hace más de quince años trabaja en las estaciones de Acca haciendo lo que más le gusta: cocinar para los viajeros que llegan de todas partes del mundo, pero esa muchachita, tan aplicada y solícita, tan educada, me lo comentó, lo conmovió.
Podría ser mi hija, llegó a pensar.
Al día siguiente el rumor había tomado por asalto las instalaciones de la ex hacienda Villa Carmen. En el grupo de gringos que estaban atendiendo se encontraba Malia Obama, la hija del presidente de la nación más poderosa de la tierra.
“Era ella, la altota”, me termina de contar. “Fue ella la que entró a mi cocina a utilizar mi fregadero. Hasta ahora no lo puedo creer”.
Vivir en el paraíso
Villa Carmen, la estación biológica que administra Conservación Amazónica-ACCA en las proximidades de Pilcopata, la capital política del distrito de Kosñipata, en Paucartambo, fue hasta no hace mucho un fundo ganadero en el que su propietario, el ingeniero Abel Muñiz, un profesional muy recordado en toda la región, se dedicó con afán a las más inverosímiles hazañas productivas.
En su hacienda de más de tres mil hectáreas Muñiz, ganadero, agricultor, pionero de la aviación comercial, cultivó hortalizas, piñas, peces poco consumidos hasta entonces en la región como el paco, el sábalo y la tilapia, camarones gigantes de Malasia que llegó a comercializar en los exigentes mercados de Cusco y Madre de Dios, de todo.
A su muerte, a finales del año 2008, su viuda decidió ceder el predio de 3066 hectáreas a Acca confiando en que la oenegé conservacionista perpetuaría el legado de su esposo, un hombre que amó y defendió como nadie los bosques que se extienden entre los ríos Piñi-Piñi y Pilcopata, en las cercanías del Parque Nacional Manu y la Reserva Comunal Amarakaeri.
Y así ha sido.
En el fundo que fuera de los Muñiz, ACCA ha construido un albergue fantástico y una de las estaciones biológicas más espléndidas de la Amazonía peruana.
Llegar a esta región calurosa, de caminos zigzagueantes y selvas frondosas y llenas de vida, resulta una provocación. También un acto de fe: en Lima y en las grandes ciudades se cree erróneamente que solo es en las llanuras boscosas –otra vez el Manu, Tambopata, Pacaya-Samiria- donde se pueden observar los especímenes de fauna que han hecho tan especial a la Amazonía que hemos ido construyendo en nuestra imaginación.
Olvidamos, o simplemente no sabemos, que es en las yungas –la selva alta de los textos del ilustre Javier Pulgar Vidal– y en sus bosques de neblina donde la vida natural se expresa de mejor manera en sus infinitas formas. En Villa Carmen, una propiedad estratégicamente ubicada que se extiende desde los 550 msnm hasta los 1200 metros es posible verlo todo: desde guacamayos de colores inverosímiles hasta osos de anteojos de pasos trepidantes y belleza absoluta.
En este Edén natural, se llevan registradas 472 especies de aves, 43 de anfibios, 45 de reptiles; 69 especies de mamíferos –desde monos ardillas hasta portentosos jaguares-, 493 especies de insectos y una variedad bastante amplia de plantas y árboles de todos los linajes: desde ceticos y bambús de altura –pacas en la nomenclatura local- hasta shihuahuacos y lupunas gigantescas.
El reino de la naturaleza en toda su espectacularidad.
Un aula abierta en la selva de Kosñipata
Realizadas las mejoras y adaptaciones del caso, el fundo Villa Carmen, según algunos estudiosos de la historia de Kosñipata, propiedad primigenia de la ñusta Isabel Chimpu Ocllo, madre del Inca Garcilaso de la Vega, se convirtió en el año 2010 en una estación biológica especialmente ambientada para recibir estudiantes e investigadores de todo el mundo.
Su biblioteca científica que incluye excelentes guías de campo para observar la biodiversidad existente, su amplio laboratorio y sus 44 kilómetros de trochas que se introducen en los bosques ribereños y de colinas, en sus asociaciones de bambú y en el tinglado de arroyos, ríos, cascadas y áreas de cultivo que conforman la propiedad se convirtieron de inmediato en un certero imán para el arribo de amantes de la ciencia interesados en entender la vida que late en la Amazonía virginal del valle de Kosñipata y el Manu.
Sin embargo, como apunta Ronald Catpo, director de Áreas de Conservación de ACCA, “nuestras tres estaciones son también lugares del Perú que se pueden conocer y gozar con nuestros hijos. En los jardines y bosques de Villa Carmen, por ejemplo, uno se puede sentir Indiana Jones…”
Tiene razón. Indiana Jones y si se quiere Robinson Crusoe. Escoja usted.
En los jardines y senderos que nacen al pie del comedor que regenta Panchito Llacma, experto en elaborar riquísimos potajes con los insumos que crecen en la huerta orgánica de Villa Carmen, acabo de ser inmensamente feliz. Mi cabaña, magnífica y provista de todas las comodidades del caso, cuyos ventanales me permitían observar la intensa actividad en una simpática cocha poblada de shanshos y garzas de todos los tamaños, fue mi refugio por varios días.
Aproveché el tiempo para leer, meditar, descansar y conversar con los investigadores que volvían “a casa” después de sus largas jornadas de trabajo con mil historias que contar.
Una mañana, mientras me solazaba con el vuelo y los graznidos de los dos guacamayos que se han quedado a vivir sobre los aguajes de Villa Carmen, pude observar, sigiloso y salvaje, el paso de un manco o tayra (Eira barbara), un mamífero omnívoro que aterroriza a aves, roedores y monos y que habita las selvas espesas de nuestro continente.
En la tarde de ese mismo día, antes de visitar el fuselaje de una avioneta de Aero Manu, la extinta compañía de aviación del difunto Abel Muñiz, perdida entre el follaje y la selva y tomarme mil fotos sintiéndome Lost of The Jungle, pesqué en frente a mi cabaña un paco de proporciones inimaginables, para mí, que fue a parar a los territorios del buen Panchito, para beneplácito de los comensales de esa noche.
La patarashca de paco que prepara Llacma y sus espaguetis en salsa de sachaculantro no los olvidaré nunca. Tampoco los días que pasé en Villa Carmen, una joya del «bien estar» muy recomendable.
Buen viaje.
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