Expedicionarios recolectaron720 kilos de desechos en caletas de Arequipa. Cinco días de amor por nuestro planeta fueron los 55 kilómetros de navegación en kayaks por la costa arequipeña limpiando y filmando un documental, con el objetivo de mostrar el contrapunto entre la paradisíaca zona volcánica y el deterioro ocasionado por el mal manejo de la basura en el Perú. ¿Qué podemos hacer para ponerle un alto?
Texto: Caterina Vella
Fotos: Duilio Vellutino y Diego del Río
Ver basura tirada por todos lados me angustia. No puedo ignorarla y pensar que es normal que nuestro país sea un gran basural. Siempre me pregunto cómo somos tan buenos en la cocina y un desastre separando nuestros residuos en casa. Segregando el plástico, vidrio, latas, Tetra Pack, papel y cartón, los desechos se reducen y no terminan desperdigados con perros callejeros escarbando entre ellos. El tema de la basura es un drama nacional.
Todos los días los peruanos generamos más de 21 000 toneladas y solo el uno por ciento de los residuos se recuperan, según información del Ministerio del Ambiente (Minam). Son pocos los distritos en los que funcionan sistemas organizados de reciclaje. Sin embargo, vemos por todos lados a los recicladores informales hurgar entre nuestros restos. La ‘basura’ que no es basura” tiene valor monetario. Así que si las autoridades son incapaces de organizar un sistema eficiente de reciclaje o consideran que limpiar no califica como hacer ‘obra’, cada uno de nosotros debemos poner de nuestra parte.
En casa segregamos y reutilizamos envases. Tenemos filtro de agua para rellenar tomatodos, evitando comprar bidones. También hacemos compost con las cáscaras de frutas y restos de verduras. Pero todo eso no me parece suficiente. ¿Cómo aportar más?, era mi mortificante y recurrente pregunta. En esas tribulaciones estaba cuando una tarde pasó en moto Duilio Vellutino, amigo kayakista de Experiencia Munaycha, a contarme de la realización de Caletas Documental. El fotógrafo de outdoors Diego del Río y él, estaban organizando una expedición en kayaks por las costas de Arequipa, con el propósito de recoger basura y hacer un documental que mostrara como una zona llena de vida es amenazada por la falta de conciencia ambiental.Mientras escuchaba a Duilio me sentí entusiasmada. Esa era la oportunidad que buscaba. ¡Sí, debía de vivir la experiencia como cronista de Rumbos!
El inicio de la travesía
Un soleado 7 de febrero de 2022, los once integrantes de la Expedición Liberadora de Basura nos conocimos en Mejía (provincia de Islay). El plan era remar durante cinco días, para limpiar, fotografiar y filmar 55 kilómetros de la volcánica costa de Arequipa, desde Matarani hasta caleta Arantas, en Quilca (provincia de Camaná). Nuestra misión empezaría en Quebrada Honda, una playa a la que antes solo se llegaba por mar. Una trocha de tierra que se bifurca de la nueva carretera Costanera (vía que une Arequipa, Moquegua y Tacna), nos condujo a lo alto de un acantilado como a muchos otros veraneantes. Desde arriba resalta el turquesa del océano que acaricia la arena de la playa de más de dos kilómetros.
Al descender los 124 peldaños de la empinada escalera de madera tuvimos una gran decepción: Quebrada Honda era un muladar. Un grupo de trabajadores de Tisur, aliados del proyecto, metían en sacos botellas de vidrio y plástico, latas, cubiertos descartables, bolsas, huesos de pollo, platos y envases de tecnopor, sacos de rafia, cartones e incluso una bolsa con sobras de putrefacto arroz chaufa. Nos pusimos guantes para unirnos a la tarea de limpieza. Juntos llenamos 40 bultos con un to tal de 255 kilos. “La nueva carretera Costanera a nivel vial es buena, pero no lo es para la conservación, pues llega la gente y con ella la basura. Traen comida y bebidas, pero no se llevan sus restos. Para qué si pueden dejarlos. Miran para otro lado y ya no están, solucionado. Es una mentalidad cortoplacista, no piensan qué pasa después”, dice molesto Duilio Vellutino. Desde el 2004 que llegó en kayak por primera vez, Vellutino ha visto el deterioro de Quebrada Honda que, por ahora, queda impecable. Es el lugar ideal para armar nuestras carpas, prender una fogata y pasar la noche bajo las estrellas.
Remando, limpiando y filmando
Temprano por la mañana nos embarcamos rumbo a Difuntos 2, en cinco estilizados kayaks singles y dobles. La caleta tiene ese nombre porque las corrientes marinas vararon hace años los cuerpos de un naufragio. Ahora lo que bota el mar son cientos de botellas de plástico que se degradan al sol sobre la arena. Entre las de agua y bebidas gaseosas, resaltan unos envases azules. Son del aceite de dos tiempos que usan los pescadores en sus motores. Inconcebible la doble agresión a su fuente de sustento. Al plástico se le suman cientos de ‘micro repsoles’, restos del tóxico lubricante contaminan el océano. “Tienen otro chip, solo extraer, nunca dar”, reflexiona Vellutino. Parecía misión imposible limpiar Difuntos 2; sin embargo, con la ayuda de Iván Condori y los hermanos José y Martín Aucacusi, los fantásticos cusqueños del staff Munaycha, quedaron solo ramas sobre la arena, después de unas tres horas de trabajo. “Que linda se ve”, me dice Camila Carlessi, mi dupla en el kayak, mientras remamos hacia otra pequeña entrada de mar cercana a caleta La Huata.
MÁS RUMBOS
Al aproximarnos vemos flotar en la orilla a un lobo de mar muerto. Gallinazos lo sobrevuelan picoteando hambrientos su lomo enrojecido. Aves carroñeras cumpliendo el ciclo perfecto de la naturaleza. El intenso olor nos desanima a bajar a limpiar. Duilio y su primo Diego Ibáñez, descendientes de una estirpe de aventureros, atan su gran lomo putrefacto con un cabo para llevarlo mar adentro. Desembarcamos a seguir nuestra labor. “¡Debería llamarse caleta sandalia!”, exclama Javier Schiaffino, filmmaker y operador del dron. Es sorprendente la cantidad de zapatos sin par que encontramos. ¿Quiénes los habrán usado?
La regla al navegar en kayaks es bogar bordeando los farallones, evitando separarnos ni acercarnos a las peligrosas aguas blancas de las rompientes. Entramos a grutas, un lobo de mar saca su enorme cabeza asustándonos, vemos pingüinos, colonias de lobos marinos en islotes, bandadas de pelícanos nos sobrevuelan, también el dron operado por Schiaffino. En una de las cuevas descubrimos un nido de guanay hecho con jirones de bolsas y redes. Duele el contraste entre la blanca ceniza volcánica de los cerros y la basura acumulada durante años. Lucía Flórez, guionista y cámara de Caletas Documental, capta todo con su lente. A prudente distancia nos siguen Mi Damaris y Katherine los dos barcos de la expedición. Uno lleva el equipo necesario para los campamentos, en el otro vamos cargando lo que recolectamos. Encontramos cosas insólitas: cascos de construcción en perfecto estado, un par de tijeras oxidadas, botas enormes, una abollada tetera metálica con su plato. ¿Qué historia habrá detrás de cada objeto?, nos preguntamos.
S.O.S se nos acaban los sacos
El plan de hacer la limpieza de caletas lo trazaron Diego del Río y Duilio Vellutino, en 2019. La pandemia los frenó, pero una vez que esta amainó presentaron el proyecto a empresas de Arequipa, Cusco y Lima para financiarlo. “La idea es hacer un documental, no para criticar ni desprestigiar esta zona sino para crear conciencia sobre la necesidad de cambiar los hábitos desde casa. Es importante saber segregar para que no acabe todo tirado”, explica Diego.
Además de lo que dejan los veraneantes y arrojan al mar los pescadores, gran parte de lo que ‘cosechamos’ proviene de las desembocaduras de los ríos Tambo y Quilca, considerados botaderos por los arequipeños que viven en sus orillas. Que los ríos se conviertan en botaderos es algo común en el Perú. Según datos del Minam casi el 40 por ciento de nuestros restos son arrojados a sus cauces. Ocurre lo mismo con los lagos, el mar y 1600 vertederos ilegales, donde se lanzan los residuos a cielo abierto sin ningún tratamiento sanitario Es tanto lo acumulado durante años que se nos acaban las bolsas y sacos. Urge comunicarse con alguno de los auspiciadores. Por la accidentada geografía es casi imposible conseguir señal. Al llegar a playa Honoratos, Duilio trepa una montaña y consigue enviar un WhatsApp con el S.O.S a Raúl Pastor de Alisur. ¿Lo habrá recibido?, es la incógnita de esa noche de camping bajo las estrellas. Al día siguiente, Lalo Pastor llega a darnos el encuentro en lancha. Viene cargado con sacos rojos de rafia utilizados para exportar quinua. Celebramos con un sabroso lomo saltado con crocantes papas amarillas fritas, preparado por José, talentoso jefe de cocina de Experiencia Munaycha.
Aracanto en peligro
La última noche la pasaremos en caleta San José, donde nos recibe Mauricio Mendoza del Solar. Este locuaz arequipeño aficionado a la pesca, cultiva conchas de abanico y ha construido un ecolodge. Vive al cuidado del desierto marino costero y, como ese es su propósito, está preocupado por la indiscriminada extracción del aracanto. Se trata de una larga alga que crece adherida a las rocas, moviéndose sinuosamente al compás de las olas. Es zona de reproducción natural de larvas de peces y moluscos. Codiciada por la industria cosmética de Europa y China para hacer champú y otros productos.
La ley indica que solo pueden recolectarse algas varadas, es decir, las que se desprenden naturalmente. En realidad, son arrancadas con barretas de metal por depredadores que llegan en motos por los cerros desde la flamante carretera Costanera. En todo el litoral se ven montículos de aracanto secándose al sol. “Ir al cajero automático, le dicen los pescadores informales a la tarea de arrancar estas valiosas algas para venderlas a acopiadores sin escrúpulos”, cuenta Mauricio, quien propone la creación urgente de la Reserva Nacional Quebrada Honda hasta la margen sur del río Quilca, para conservar el área. La voz de este guardián del desierto debe de ser escuchada.
Caleta Arantas: destino final
Los cinco días remando, limpiando y vacilando, pasan volando. Durante el desayuno en el ecolodge San José hacemos los planes finales. Iremos en los kayaks a limpiar caleta La Sorda y luego remaremos a caleta Arantas. Allí nos dará el encuentro un camión para llevarse lo acopiado al depósito municipal de Mollendo. El Pacífico está movido y los grandes tumbos en altamar asustan. Debemos hacer un peligroso zigzag entre estrechos acantilados en los que revientan olas, para llegar a La Sorda que nos espera ansiosa. Daniela Gygax ha sido la encargada durante todo el viaje de pesar lo acopiado.
En total fueron 720 kilos. El ‘falucho’ que nos acompaña tiene sus tres bodegas y cubierta rebosando de sacos llenos. Los expedicionarios estamos orgullosos por lo logrado, pero nos entristece saber que solo una parte podrá ser reciclada; el plástico podrido por el sol no sirve. “Cada botella cuenta”, dice entusiasta Diego. En Arantas desembarcamos los sacos directo al camión que queda repleto. Nos abrazamos felices al verlo irse. Es momento de despedirnos tras esta misión que nos unió para poner en valor y proteger un hermoso pedazo de planeta. “Es algo bueno lo que hemos hecho”, me dice sonriente Martín como despedida antes de partir. Me emociono; sí, es algo bueno lo que hemos hecho.