Portada » Las hermanas que crían lagunas
Ambiente

Las hermanas que crían lagunas

Por : Carolina Martín

Fotos: Omar Lucas

La superficie de la laguna Apacheta permanece en calma. El viento de la última noche trajo la helada, y aunque hace un par de horas que amaneció, el sol no calienta lo suficiente como para olvidar que, a 4.480 metros de altitud, en invierno, el calor no es más que una ilusión.

Sentadas sobre una roca cercana a su orilla, las hermanas Magdalena, Marcela y Lidia Machaca observan el espejo de agua que los pobladores de Tuco, en Quispillaccta, Ayacucho, criaron con su ayuda hace más de dos décadas. Magdalena se levanta, se remanga la pollera y sumerge los pies en la laguna durante unos segundos. El agua está helada, aunque a ella no parece importarle demasiado. Cierra los ojos y camina despacio, para no resbalar. Algunas llamas pastan al otro lado de la hoyada. El silencio es casi absoluto. Y de pronto la ingeniera empieza a reír. Cada vez más fuerte. Las algas del fondo le hacen cosquillas. Dice que yakumama está jugando con ella. “Vinimos a visitarte”, le dice en su nombre y en el de sus hermanas. “Queremos darte las gracias por todo lo que nos ofreces”. Se agacha y acaricia el agua. Desde la orilla, Marcela y Lidia también agradecen, pero en silencio.

El profundo respeto por la naturaleza es la piedra filosofal del trabajo de las tres ingenieras agrónomas que, a través de la Asociación Bartolomé Aripaylla (ABA) –fundada por Marcela y Magdalena en 1991–, apuestan por fusionar tecnología de bajo costo con las prácticas ancestrales como fórmula para lograr el desarrollo de su región. Para las tres, el agua no es sólo un recurso natural, sino una persona a quien se habla, se canta y se baila. Una madre que cría y hay que criar. “Por eso no hay que explotarla. La clave está en tratarla con cariño. Solo así las deidades permitirán que el agua aflore de las profundidades de la tierra y nunca nos abandone”, cuenta Marcela.

MÁS RUMBOS:

Viendo su inmenso tamaño, cuesta creer que alguna vez la laguna Apacheta fue un gran lodazal, una trampa mortal para los animales que en la época seca cruzaban la pampa buscando donde beber. Hoy la laguna almacena de forma permanente más de 70 mil metros cúbicos de agua, y es una de las 12 qochas que han provocado el renacimiento de más de 200 puquios en Tuco, la localidad que queda a menos de un kilómetro de este paraje sagrado para los lugareños.

La crianza del agua ha marcado un antes y un después para la localidad, que había perdido la mayoría de manantiales como consecuencia de las sequías crónicas, el sobrepastoreo y unos proyectos locales de desarrollo que fracasaron. “La situación era desesperada: los agricultores habían desperdiciado el agua por drenar sus humedales con la intención de eliminar un parásito que amenazaba a sus rebaños. Además, hicieron una captación de concreto que provocó que desapareciera el manantial Quniqyacu. Finalmente, el deshielo de los glaciares Wayunka y Paqcha, como consecuencia del cambio climático, dejaron al río Tucumayo sin caudal permanente”, revela Magdalena.

Las propuestas para terminar con el problema fueron diversas; algunas incluían el bombeo de agua desde el Pampas, un río a 40 kilómetros de distancia. Pero la solución estaba mucho más cerca, en la memoria colectiva de Tuco, en algunos ancianos que recordaban la técnica antigua del qucha chapay, el apresamiento del agua en lagunas temporales a través de la construcción de diques en pequeñas gargantas que almacenaban la lluvia durante varios meses.

Soñando con la posibilidad de ganarle la batalla a la sequía, 10 familias decidieron probar suerte.

El lugar elegido para el experimento fue Apacheta, una hoyada situada en una zona alta, entre las cuencas de los ríos Pampas y Cachi, que los niños utilizaban como cancha de fulbito. Sus padres pidieron permiso a los Apus, organizaron los aynis y comenzaron a construir un dique rústico, tratando de alterar lo menos posible el lugar. Después de un año y medio el agua de lluvia retenida comenzó a infiltrarse en el terreno. A los dos años la laguna permanente era una realidad.

“Al principio las qochas no convencían, porque eran rústicas –no tenían compuertas de hierro ni estaban construidas con concreto– y no alimentaban el caudal de los canales. Pero con el paso de los meses su efecto positivo comenzó a sentirse en las chacras: los antiguos manantiales revivieron y aparecieron nuevos. Todas las personas sintieron que la crianza era muy beneficiosa”, sostiene Marcela.

La siembra y cosecha de agua, como llaman los técnicos agropecuarios al yaku waqachay, impulsado por las hermanas Machaca, es un método de trabajo que no requiere tecnología sofisticada. Además, la creación de las nuevas lagunas favorece la aparición de animales y vegetales, aves migratorias de paso y distintas especies de algas, que enriquecen los ecosistemas locales.

Actualmente las 70 familias que viven en Tuco disponen de tres manantiales en promedio por finca. La humedad de la zona ha aumentado un 8%, lo que ha generado un microclima que permite la siembra de muchos cultivos en el valle: papas, ocas, mashuas, cebada, e incluso ajos. El agua ha cambiado la fisonomía del terreno y los cerros se han vuelto tan verdes que la localidad es conocida en la región como “la pequeña Suiza de Ayacucho”.

Por fin, después de muchos años de conflictos por el uso del agua, la convivencia entre vecinos es una realidad. La desaparición de la competencia entre ellos ha fortalecido un sentimiento de comunidad olvidado durante más de dos décadas. Además, la ampliación de la superficie cultivada a partir de la recuperación de los viejos andenes ha generado más puestos de trabajo y los jóvenes prefieren quedarse en Tuco a migrar a la capital.

El regreso del agua ha significado un aumento importante de la producción agropecuaria. El matrimonio Conde, por ejemplo, ha notado cómo sus vacas han mejorado su promedio diario de leche. Otras familias también han comenzado a tener excedentes que venden en la feria de Puncupata.

Cada sábado se baten récords de venta. “Hay familias que traen 50 quesillos y los venden todos. Y nuestro terreno es tan fértil que podemos obtener con facilidad hasta una arroba de ajo por metro cuadrado”, cuenta Marcos Galindo, presidente de la comunidad y agricultor.

Promover una agricultura diversificada es fundamental en Tuco. Las ingenieras Machaca conocen que para disminuir los riesgos del cambio climático e incrementar la seguridad hídrica y alimentaria es imprescindible evitar el monocultivo. En ese sentido, la labor de ABA es integral porque busca mejorar la base productiva agropecuaria y trabaja de forma coordinada con los pobladores en la recuperación de semillas nativas, la construcción de cercos y el fortalecimiento de los ayllus. Las tres se sienten muy comprometidas con la promoción de su cultura andina.

Y la técnología del qucha ruway forma parte de esa cultura. La creación de cada laguna nueva implica un ritual en el que los yakupa ratanan –comuneros con una especial empatía con el agua– seleccionan el lugar después de buscarlo durante días; mientras que los yachachiq –maestros agricultores– hacen una ofrenda a la Pachamama. Después, los comuneros reforzarán una vez al año los diques, sembrarán nuevas putaccas (Rumex peruvianus) –plantas que según la creencia popular ‘llaman al agua’– junto a los manantiales, y construirán nuevos canales o rehabilitarán los antiguos.

“Las actividades de remoción no deben coincidir con períodos de extrema humedad o sequía, pues es cuando la tierra está extremadamente sensible. Tratamos de iniciar los trabajos cuando la luna está en cuarto creciente”, explica la ingeniera Marcela. “Y no puede faltar el watuyuna, las visitas de cariño y agradecimiento a las lagunas. La crianza del agua no es buena por ser ancestral, sino porque emana de la naturaleza”.

Las qochas de Tuco no son las únicas criadas bajo la supervisión de las hermanas Machaca. En toda la provincia de Quispillaccta, ABA ha creado 71 lagunas permanentes que almacenan más de 1’134.688 metros cúbicos de agua. Según la Autoridad Local del Agua de Ayacucho, gracias a la labor de la Asociación, la presa de Cuchoquesera recibe 15 millones de metros cúbicos adicionales. La cifra es importante, porque representa un tercio de la cantidad embalsada que se destina al sector agropecuario.

Según la última evaluación de la recarga hídrica de los acuíferos de las cinco microcuencas de los ríos Pampas y Chikllarazu, entre los años 1986 y 2013, ha habido un incremento de la misma de más de un 54%. Esto ha supuesto un aumento de las áreas con vegetación y una disminución de la cobertura de suelo desnudo. El proyecto ya tiene en marcha la creación de 26 nuevas lagunas y su ejemplo se replica en las regiones limítrofes de Apurímac y Huancavelica.

Las hermanas dicen que el secreto de su éxito reside en el cariño y el respeto que muestran por la naturaleza. “El agua debe moverse libremente sobre estructuras naturales donde predominen las curvas; para el agua es importante caminar junto a sus plantas compañeras”, insiste Magdalena. “Y el yaku waqachay lo permite. El agua cría para merecer su crianza”.

En Quispillaccta los hombres y yakumama por fin se han reconciliado.

Enterate más sobre Rumbos