La flamante ministra de Agricultura tiene un gran reto: el manejo de plagas sin venenos tóxicos. El plazo para prohibir los más tóxicos y para presentar la lista de los más peligrosos venció en diciembre. Mientras no se resuelva, seguiremos consumiendo comida envenenada.
Siempre me han fascinado las mariquitas. Esos escarabajitos hemisféricos y lustrosos, de color rojo brillante, con manchitas negras, que caben en la punta del dedo. Son tan bonitas como inofensivas; pero las mariquitas son fieras entre los insectos.
De hecho, de ahí vendría su extraño apelativo. Su nombre inglés, “ladybirds”, fue originalmente “our Lady´s birds”; es decir, los pajarillos de Nuestra Señora, la virgen María. Según la leyenda, alguna vez los campesinos enfrentaron una plaga de áfidos, insectos chupadores que desangran a las plantas y frustran las cosechas; y la benévola Virgen respondió a los desesperados ruegos enviando ejércitos de mariquitas (Marías pequeñitas), que devoraron a los áfidos, diezmándolos.
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Hoy, las mariquitas son empleadas en la agricultura orgánica, sin pesticidas, y en el manejo integrado de plagas, que combina control biológico con prácticas culturales y agroquímicos aplicados selectivamente, para evitar perjudicar organismos benéficos (abejas, mariquitas) y a las personas que consumen productos agrarios (que somos todos).
Pero el manejo de plagas en nuestro país es fundamentalmente guerra química con venenos altamente tóxicos. El 6 de agosto pasado, en San José de Ushua (Ayacucho), murieron diez personas envenenadas por un pesticida en la comida; tragedia recurrente. Entre 2016 y 2018, han ocurrido cuatro envenenamientos masivos con pesticidas, con 326 víctimas.
Los casos conocidos de intoxicación aguda con plaguicidas (los que llegan a un centro de salud) suman más de 1 500 anualmente. Y es que los agricultores peruanos son asesorados casi exclusivamente por los propios vendedores de agroquímicos, con una sola receta: “échele más”. Tras la tragedia de Ayacucho, el ministro de agricultura de turno, el ingeniero agrónomo Gustavo Mostajo, demoró un mes en reaccionar al escándalo público. Prometió que en tres meses prohibiría los pesticidas más tóxicos, y que instruiría al Servicio Nacional de Sanidad Agraria (SENASA) para hacer esa lista. El plazo acabó en diciembre.
Mostajo está entrenado en control y erradicación de plagas y fue Director de Cuarentena Vegetal. Sabe de mariquitas y pesticidas. Cualquier ingeniero agrónomo, no importa cuán ofuscado se encuentre por la invasión de abogadas en su sector, puede ofrecer en menos de media hora un listado de los pesticidas más tóxicos que —solo para beneficio de mercaderes sin decencia, ni moral— todavía se ofrecen libremente en el Perú. De hecho, aquí está la lista: Metamidophos, methomyl, oxamyl, carbofuran, paraquat, chlorpyrifos (todos restringidos o prohibidos en EEUU y Europa), imidacloprid y clothianidin (estos dos últimos, asesinos de abejas).
Mostajo se fue sin cumplir su remolona promesa. La gente olvidó el tema y continúa conviviendo con venenos y consumiendo comida envenenada. La tóxica relación entre las empresas agroquímicas y el Estado, mediada por ingenieros agrónomos de carne y hueso, dedicados a vender venenos y hacer la vista gorda, continúa. Otro tipo, mortal, de corrupción nos acecha, cuando los organismos que deben protegernos omiten sus mandatos. Necesitamos menos agrónomos envenenadores y más mariquitas. La flamante ministra ha prometido velar por los pequeños agricultores, las principales víctimas de envenenamientos. ¿Hará suya la lucha contra los pesticidas?
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