A sus 92 años el arqueólogo e historiador sigue estudiando las raíces culturales del país, con fervor académico y osadía de aventurero.
El nombre de Federico Kauffmann Doig está asociado a la cultura chachapoyas. Sus investigaciones han permitido develar algunos de los grandes misterios de la fabulosa civilización que se desarrolló en el nororiente peruano. Pero, más allá de su fecunda labor arqueológica, su vida es un ejemplo de perseverancia y dedicación que merece ser destacado. Esta es la historia de un historiador.
En una entrevista concedida a la revista Pura Selva (agosto de 2010), apeló a ese concepto del pensador y político mexicano José Vasconcelos, para evidenciar el orgullo que siente por sus raíces étnicas, las cuales llegarían hasta los moches.
“…Tal vez un ancestro mío debió fungir de acólito o servidor del áureo Señor de Sipán”, agregaría en aquella publicación en la que lamentó que, por un prejuicio racial, muchos compatriotas nieguen ser descendientes de los antiguos peruanos.
Buscando el principio
En qué año empezó esta historia. ¿En 1919, con la llegada al Perú del joven alemán Friedrich Kauffmann Strauss, o, tal vez, en 1926, cuando contrajo matrimonio con la Lambayecana Ada Doig Paredes? Recién casados. Nueva vida. Otros horizontes. La pareja se asentaría en un lugar remoto de la región Amazonas. “Fui concebido en un pueblito de Vilaya, cercano a Cocochillo, pero como mi madre era lambayecana, decidieron viajar los 14 días en mula que separaban en aquel entonces Vilaya de Chiclayo”, comentaría el personaje de esta reseña, en una entrevista publicada en febrero de 2020 en el diario El Pueblo de Arequipa. Por esa larga travesía Federico Kauffmann Doig -el investigador y el maestro que ha inspirado a generaciones de arqueólogos e
historiadores- nacería en Chiclayo, el 20 de setiembre de 1928. Estancia efímera y temporal.
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A los tres años, el único hijo de Friedrich y Ada volvería al pueblito al que fue concebido. Crecer en el campo, aprender a leer y escribir en una modesta escuela primaria unidocente en Cocochillo (hoy Camporredondo), explorar -entre juegos y travesuras- una tierra marcada por el legado arqueológico de una portentosa cultura. Una infancia distinta, bucólica, de esas que marcan y jamás se olvidan.
¿En esos años nacería su interés por estudiar a la misteriosa civilización que se desarrolló entre aquellas montañas cubiertas de niebla? ¿Fue allí que surgiría su vocación por enseñar, viendo los esfuerzos de un maestro que se multiplicaba para atender simultáneamente a una veintena de alumnos de distintos grados? Dónde fue, señor Kauffmann, director Kauffmann, embajador Kauffmann (cargo que ocupó en el país de su padre) que usted decidiría dedicarse a desentrañar el pasado. Acaso en las aulas del colegio Nuestra Señora de Guadalupe, en Lima, la capital que lo alejaría de sus padres; o en ese peregrinaje por el Perú andino y amazónico que realizó antes de su ingreso a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
El camino del éxito
Fue casualidad o un indicio crecer en un territorio ancestral, viendo “Kuélap a lo lejos, cada año, durante la cabalgata de tres días por el valle de Utcubamba que realizaba en compañía de sus padres para visitar la ciudad de Chachapoyas y participar en la festividad que
se celebra en honor de la Patrona Mamá Asunta, la Asunción de la Virgen María”, como se lee en la biografía de uno de sus libros.
Fue casualidad o un indicio que la promoción de secundaria llevara el nombre de Julio C. Tello, el padre de la arqueología peruana, o que usted fuera el único entre sus compañeros universitarios que lograría graduarse como arqueólogo en 1955; y, finalmente, algo tenía que
significar que fuera asistente del brillante Raúl Porras Barrenechea y, luego, lo reemplazara en el curso Fuentes Históricas del Perú.
Pero, más allá de las casualidades o los indicios, lo cierto es que Kauffmann destacaría desde joven por su talento, lucidez y ersistencia que le permitiría enfocarse, especialmente, en uno de los pueblos antiguos menos estudiados del país. Por eso no sorprendería que, en 1985, maravillara al mundo con su investigación sobre los sarcófagos de Karajía (Luya, Amazonas), un conjunto funerario en las paredes de un trepidante barranco. Solo uno de los tantos hitos que han marcado su fecunda trayectoria, la misma que incluye expediciones a Kuélap, el Gran Pajatén, Los Pinchudos, los mausoleos de Revash, la laguna de las Momias, la pintura mural de Kaklik, entre otras zonas arqueológicas de origen chachapayano, dominios en los que ha realizado más de una decena de incursiones científicas.
Osado y firme defensor de sus ideas, en 1963 presentaría la teoría Aloctonista, la cual, según la entrevista publicada en el diario El Pueblo, “podía considerarse antipatriota” al plantear que el origen de la cultura peruana provenía de otro lugar. Años después, Kauffmann declararía “que los prolegómenos de la cultura se encuentran en la costa, dada la antigüedad de cuatro a cinco mil años”, como lo ha comprobado la doctora Ruth Shady en Caral.
Polifacético y activo -a sus 92 años sigue trabajando, creando y reflexionando sobre el país- en su larga trayectoria ha ejercido la docencia en San Marcos, Villarreal y la Universidad de Bonn (Alemania), además es autor de alrededor de 350 monografías, artículos y libros, entre ellos el clásico Manual de Arqueología Peruana, que desde su publicación en 1969 ha sido reeditado en diez ocasiones.
Pero no todo es trabajo y estudio. El amor y la familia es otra de sus grandes obras. Casado con Martha Siles Doig -quien graficó algunos de los hallazgos de sus investigaciones-, es padre de cinco hijos: Friedrich, Cristine Amanda, Martha Amalusa, Greta Manuela y Georg. Una existencia fecunda en el campo intelectual, pero, también, en el hogar, donde se forjan los sentimientos más nobles.
Una vida fructífera, productiva, esencial, así podrían calificarse los 92 años de Federico Kauffmann Doig, el niño que creció en un pequeño pueblo, que estudió lejos de sus padres en una ciudad que desconocía, que aprendió de grandes maestros y, luego, compartiría esos conocimientos con centenares de alumnos, mientras develaba los misterios de la cultura chachapoyas.
Y eso no es ninguna casualidad ni coincidencia. Es resultado del esfuerzo y la dedicación. Usted lo sabe doctor Kauffmann, pero queríamos recordárselo con este modesto texto.
Para conocer más
Grados académicos: Doctor en Arqueología e Historia por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
Distinciones: En 1988 recibió las Palmas Magisteriales por parte del Estado Peruano. En 1955 y 1962 obtuvo el Premio Nacional de Cultura. Los gobiernos de Austria, Bélgica y Suecia le han otorgado sendas condecoraciones. En 2011 se hizo merecedor de la Medalla Centenario de Machu Picchu. También se le entregó la medalla de Lima.
Cargos: Fue el primer director del Museo de Arte de Lima (1961-1964). Subdirector del Instituto Nacional de Cultura, director de Patrimonio Cultural de la Nación, director del Museo Nacional de Antropología y Arqueología, director nacional de Museos de Sitio, embajador del Perú en Alemania (2006-2009), entre otros.
Exploraciones: A lo largo de su vida, Kauffmann realizó importantes investigaciones en Chavín de Huantar (Áncash), las necrópolis de Ancón (Lima), El Ingenio en Nasca (Ica), las riberas del río Tambo en Ucayali, en Tumbes, Ayabaca y Huancabamba (Tumbes y Piura), entre otras.
Una anécdota: Kauffmann cuenta en la entrevista publicada en el Diario El Pueblo que en uno de sus viajes los ashaninkas creyeron que era terrorista. También refiere que se ha cruzado con narcotraficantes.
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