Hallazgo de piezas entre Huarochirí y Canta ha dejado mudos a todos. Un quipu que suena no se descubre todos los días
El cofre no fue cofre, más bien fue una caja de pandora. Los pobladores de San Juan de Collata lo habían resguardado con tanto celo guerrero durante años que, ahora que oteaban con tanta mansedumbre como lo manipulaba la gringa, nadie podía creer semejante docilidad.
Pero era así. Sabine Hyland, antropóloga inglesa, había desempacado sus chivas en la frontera altiplánica de las provincias limeñas de Canta y Huarochirí, y ahí nomás, rapidito, las autoridades locales decidieron llevarla para que le echara un ojo a esa caja que guardaba documentos y chucherías del siglo XVII.
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Hyland hizo a un lado los papeles y alhajas con piedras de río y se fue de frente a los quipus. Los miró quedito a los ojos, los palpó con la exaltación de quien acaricia un sueño esquivo y soltó su primera conclusión: no eran de hilo de algodón, sino más bien de una combinación perfecta de varias vidas y texturas. Tenía fibra de vicuña, alpaca, guanaco, llama y vizcacha.
La segunda novedad era su brillantina. Tenían pigmentaciones rojas, verdes y amarillas, y según los tataranietos de los primeros escuderos del tesoro, los quipus fueron elaborados en 1750 y serían el testimonio anónimo de una rebelión indígena en Huarochirí.
La palabra del nudo
Las sorpresas continuaban. Hyland entiende que no estaba al frente de los típicos quipus con funcionalidad contable, sino que eran una suerte de escritura cuyo mensaje, cómo no y a pesar de lo que asegura el curaca del pueblo, aún está aún por descifrarse.
“No sé si los quipus incas son similares a los de Collata. Solo descifré dos nombres de ayllus de Collata. Sin embargo, es la primera vez que encontraron quipus fonéticos. Si se trata de un avance de los pueblos andinos del siglo XVIII, o si es una continuación del quipu inca, igual es un hallazgo asombroso. Representan un sistema de escritura tridimensional donde es necesario sentir las fibras y la dirección del tejido. Nunca antes se inventó un sistema similar en una cultura indígena”, sentenció la especialista.
Hyland, antropóloga de la University of St. Andrew de Escocia y con grado de “explorer” de la National Geographic Society, recuerda un detalle interesante: tuvo el cuidado de usar guantes para manipular los quipus, pero las autoridades de Collata le dijeron que debía de tocarlos sin guantes para sentir la verdadera dimensión sensorial del tejido.
La gringa como le llaman por estos lares, viene cruzando información escrita en el Archivo General de las Indias sobre los rebeldes de Collata, cuya asonada estaría contada en los quipus fonéticos con cuerdas de 14 colores para 95 patrones de cuerda únicos. Por ahora cuenta con el apoyo de todo un pueblo, un pueblo que la mira con respeto y que espera que el estudio del quipu cante todo lo que sabe. Los nudos tienen que hablar.
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