Cercana a Lima, aún sobrevive una cultura que parece estar en otra galaxia. Tupe es un encantador pueblecillo de Yauyos, donde las mujeres llevan la voz cantante, se habla una lengua exclusiva, y mantienen costumbres milenarias.
Por Iván Reyna Ramos
Cerca y lejos a la vez. Escondido en la serranía cercana a la capital peruana, existe un pueblo que parece estar anclado en el tiempo. Se trata de Tupe, un pueblo aguerrido, de gran pasado y que se presenta como uno de los últimos reductos vivientes de los antiguos wari. Estos nobles herederos muestra además un idioma que causa admiración y la curiosidad de investigadores ya que es el único lugar en el lado occidental de los andes, en medio de quechuas, donde se habla un idioma extraño, el Jaqaru, que en el pasado dominara gran parte del Perú.
Esta etnia, según las investigaciones, pertenece a una de las formaciones culturales precolombinas más antiguas: los Yauyos, y se ha calculado su aparición en esta parte de la Cordillera Occidental de los Andes a 3.000 años de nuestra era, en el periodo lítico, agrupamientos para luego ser absorbidos al imperio wari.
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Enterados de esta cultura viva llegamos a San Vicente de Cañete, luego seguimos la carretera que va por Lunahuaná, y ya en el distrito yauyino de Catahuasi hicimos el desvío al sur que conduce al pueblito de Aiza. Entonces se continúa a pie por dos horas hasta Tupe. Una bandera de la lengua jaqaru flamea a un lado de la plaza. La población es de casi mil habitantes. Sus casas son de piedras y adobes. Nos invitan arroz con queso frito, papas sancochadas a discreción, y leche pura de vaca. En la noche una calientita sopa de fideos con queso y mate de coca para el mal de altura, el cansancio, el sueño, preciso para los 2,800 metros de altitud.
Poder matriarcal
A Tupe llegan peregrinos caminantes en busca de hermosos paisajes serranos y también científicos como es el caso del antropólogo Manuel Portugal Aponty, quien pacientemente estudió la vida de este pueblo que por naturaleza se muestra receloso ante los foráneos. Aún así, el investigador pudo documentarse que las tupiñas “son expertas en la lucha libre andina, en sus danzas levantan en vilo a los varones, lanzándolos contra el suelo, dejando en claro que ellas son las que mandan y que los hombres pasan a ser simples colaboradores suyas en las tareas domésticas”.
En los primeros días de agosto, Tupe celebra la fiesta de la herranza (ritual del apareamiento, marcado y colocación de borlas en la oreja del ganado). Ellos bailan el tradicional “wakataki” (fiesta de la vaca), propicia para la fertilidad del ganado, y preparan harto “quemadito”, el licor típico preparado con hierbas aromáticas recolectadas sobre los 5 mil metros de altura.
La fiesta es aprovechada por las mujeres casamenteras, quienes escogen a sus parejas entre los jóvenes más fuertes. La costumbre del matrimonio tradicional consiste en fingir el rapto de la tupina -de acuerdo mutuo- porque el varón es rechazado cuando pide la mano de la novia. Entre otros rasgos que caracterizan la predominancia femenina, resulta curioso enterarse aquí que la procreación de los hijos lo decide la mujer. Ellas recurren a sus dioses naturales que a través de mecanismos mágicos para la reproducción y de hierbas medicinales que sólo ellas conocen, llevan el autocontrol de la natalidad, pensando siempre en la escasez de alimento y no como política de población.
Pero el doctor Portugal hace otras revelaciones. Dice que las tupinas “tienen la costumbre de trabajar inmediatamente después del parto, mientras el varón se queda en cama quejándose de dolores imaginarios. Ellas entablillan la cabeza del recién nacido produciéndole deformación artificial del cráneo, para que en su vida adulta pueda cargar hasta 100 kilos sobre su cabeza”. La prueba está en que semanalmente bajan a pie cargadas de productos lácteos, quesos y papas al mercado de Catahuasi. Un recorrido de 20 kilómetros en seis horas, nada menos.
Simbología del color
Llama la atención su atuendo de colores rojo indio. Marlene Atanasia Ángeles, quien vive en Aiza, es la encargada de diseñar los vestidos. Primero manda a elaborar la tela en Gamarra (Lima), y luego los confecciona bajo el modelo escocés, adoptado en 1960. Se trata de una falda sujetada por una faja gruesa pegada a la cintura. Encima va otra cinta llena de borlas multicolores, y bien pegada a la cadera llevan su arma secreta: la “huaraca” (especie de honda que sirve para lanzar piedras). Portan la “iliclla”, manta que sirve para cargar niños. Cubren su cabeza con un tocado, que por las formas de nudos y colores indica si son casadas, solteras o viudas. Protegen sus pies con unos mocasines conocidos localmente como “shucuy”, diseñado con cuero de res.
En las fiestas de gran solemnidad, llevan en el pecho unos discos grandes de plata llamados “topos” y dos aretes que relucen a primera vista. La ocasión amerita ponerse su vestido original de hace 500 años que ellas conocen como “anako”, un atuendo negro a base de lana de alpaca, tejido a mano y usado por mujeres mayores de 50 años de edad. Los colores constituyen un mensaje cromático, las figuras y diseños son lenguajes simbólicos, que al ponerse en movimiento producen una vibración capaz de colocar la mente en un estado especial.
Lengua viva
Una razón básica para seguir apreciando cómo esta cultura se ha mantenido en el tiempo, es que sus habitantes todavía hablan en su propia lengua materna: el Jaqaru. Y en el anexo de Cachuy tienen otra lengua materna conocida como Kawki. Según los estudios de la lingüista y antropóloga norteamericana Martha J. Hardman, tanto el aymara altiplánico, el jaqaru y el kawki son tres lenguas vivas de una misma familia a la que ella denomina jaqi.
La población adulta de Tupe (en lengua Jaqaru “Txupi” significa juntos, tupido, pegado) es en su mayoría analfabeta, pero curiosamente la nueva generación habla español, inglés, y algo de su propia lengua. Por ello, Hardman y la tupiña Nelly Belleza, con apoyo del Ministerio de Educación, han logrado que el jaqaru tenga gramática y los niños puedan escribir en su lengua materna. Así, esta lengua, que sobrevivió por cientos de años de manera oral, estamos seguros, que no pasará a los reportes de lenguas muertas.
Pero lo asombroso es que todo lo narrado sí existe, y se encuentra en Lima, en la sierra de Yauyos, a seis horas al sureste de la Capital. Así de extraordinario y único es el origen, la historia, la vida en Tupe, un pueblo con identidad propia, un pueblo de otros tiempos entre los nuestros.
En rumbo:
¿Cómo llegar?: Tomar un bus de Lima a San Vicente de Cañete (2 horas aproximadamente). Aquí hay colectivos que llevan al pueblo de Imperial, donde se toman carros que van a Catahuasi (kilómetro 80 de la carretera Cañete–Yauyos, 2 horas y media de viaje). En Catahuasi hay movilidad irregular hasta el pueblito de Aiza, otros lo hacen a pie (6 horas de subida). De Ayza a Tupe no hay movilidad, sólo arrieros o full caminata (se llega en 2 horas).
¿Qué llevar?: Abundante agua para la caminata. Ropa abrigadora por el frío. Botas de trekking. Una bolsa de dormir para acampar, porque no hay hoteles en Tupe. La municipalidad y algunos pobladores ofrecen sus casas como alojamiento a los visitantes, pero es limitado.
Fiestas: Los primeros días de agosto se realiza la “fiesta de la Herranza”. El 24 de agosto es la fiesta del Patrón del pueblo, San Bartolomé.
Datos: Tupe tiene una población de 800 habitantes aproximadamente, y se ubica a 240 kilómetros al sureste de Lima, a 2,840 metros sobre el nivel del mar. La lengua jaqaru, se hablaba hace 500 años en Lima y Ayacucho.
MARTHA HARTMAN SE CASÓ CON UN TUPINO DE APELLIDO BAUTISTA Y SE LO LLEVÓ A EEUU. TRABAJÉ ALLÍ EL 2001 MI PRIMERA CAMINATA A TUPE DESDE CATAHUASI LA HICE EN 12 HORAS. EN ESA ÉPOCA TUPE NO CONTABA CON SERVICIO ALGUNO (Luz ,agua, carretera ,etc)