Una experiencia que sin duda debería repetirse en el Perú. El gobierno chileno capacitó integralmente a los vecinos de zonas potencialmente turísticas y ahora cosechan los frutos de esa iniciativa. Turismo vivencial dirigido por los propios vecinos
Martín Vargas Barrera / Revista Rumbos
Marta Huenchuan tiene ahora el doble de trabajo. Apenas si le da tiempo para conversar con las amigas de toda la vida y ver las novelas en la tele. Hace lunas que le perdió la ilación a la historia de un culebrón mexicano que llegaba puntual, todos los días al medio día, hasta su casa, en las afueras de Río Negro, en Osorno, Chile.
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Ha dejado de hacer todo lo que por años repetía sin ton ni son y aunque ahora el tiempo se le va al “tiro”, ella es feliz. “Ahora mi esposo se siente orgullosa de mi. Después de años hemos vuelto a conversar. Sí, porque antes solo nos saludábamos po’. Ahora nos sentamos a conversar, compartimos nuestro día, hacemos planes juntos”, cuenta Marta, una linda mujer de cincuenta y tantos abriles, rolliza, menuda y con agallas dignas de un general.
Vamos, pero ese coraje lo sacó hace poco. Durante mucho tiempo fue un ama de casa mustia que veía pasar su vida por una rutina huérfana de sorpresas, en una sociedad machista que algún gamonal alemán implantó en estos lares, en los tiempos en que los ríos, lagos y animales aún carecían de nombre.
Sin embargo, todo eso cambió cuando le pasaron la voz que Sernatur (Servicio Nacional de Turismo de Chile) estaba capacitando a la comuna en cocina, marketing, atención al cliente, buenas prácticas de manipulación de alimentos y repostería. Llegaron tocando timbres, metiendo volantes debajo de las puertas de todas las casas de la zona. Venían como los Testigos de Jehová, con un mensaje de vida nueva, anunciando la llegada de un nuevo tiempo.
El tiempo del turismo vivencial. Sí, el gobierno decidió hacer frente a la deforestación e impulsar el turismo local, ayudando a los propios vecinos. No se trataba de entregar tierras a cadenas hoteleras o importar emprendimientos. Decidieron apoyar a su gente y capacitaron a todos para que pudieran, luego, generar su propio negocio. Sólo así se podría recibir a los turistas que vendrían de todo Chile y de otros países, en busca de unas vacaciones para conectarse con la naturaleza. Turismo vivencial que le llaman.
En menos de un año y medio, Marta fue certificada en las artes de la cocina, el marketing y las buenas prácticas. Entonces le planteó la idea al buen Hugo Moraga, su esposo. Invertirían sus ahorros, se prestarían plata del banco y trabajarían duro para construir su sueño: la hostería, el lodge familiar con el que soñaban y que, si lo manejaban bien, aseguraría el futuro de sus hijas, Bárbara y Viviana.
Así nació Newen Mapu (Fuerza de la tierra en Mapuche) un hospedaje rural ubicado en la comuna de Río Negro, provincia de Osorno, que de rural solo tiene el estar anclado en medio del campo, porque por dentro parece un hotel con varias estrellas (incluso tiene una tinaja con hidromasajes). Los esposos y una de sus hijas, Bárbara, son los anfitriones de este remanso en medio de un paraíso. Cielo azul, una pradera verde e inmensa, un bosque de árboles recios y gigantes al lado, un río hablador y lleno de peces, y la experiencia de caminar por senderos, pescar sin matar, ordeñar vacas y, si se tiene suerte, montar a Luis Miguel.
Luis Miguel es el burro albino y la estrella de la finca. Manso, tierno y cariñoso, tanto que por su nobleza podría pasar como un pura sangre. Acompañado de él, Bárbara nos lleva a pasear por la hermosa finca y a uno, otra vez, le dan ganas de quedarse a vivir por aquí. Dan ganas de renunciar a todo y regresar a lo elemental, a vivir en plenitud.
Una comida que enamora
Y parte de esa plenitud que enamora en el sur chileno es su comida. Por raro que parezca, esta parte del país tiene una cocina de raíces mapuches que, fusionada con la cocina alemana (Chile tiene una fuerte ascendencia germánica), tiene una personalidad propia y un sabor singular.
Claro, y todo empieza con la omnipresente sopaipilla (una torreja de harina que se puede rellenar con lo que uno quiera) y su «pebre mapuche», una deliciosa zarza a base de mote. De fondo el clásico y siempre generoso asado al palo con cordero, chivo o cerdo. También es común los cortes de carne a la brasa con distintos agregados. Quesos, postres caseros y jugos, obviamente, naturales.
¿Para brindar? Pues nos ofrecieron unos sours de pisco con frutas de estación que, por un momento, insisto, solo por un momento, nos hicieron pensar que lo habían preparado con un Cepas del Loro o un Cuatro Gallos. Debió ser melancolía pisquera luego de seis días en la Patagonia chilena. ¡Salud!
En Rumbo:
¿Cómo llegar?
Desde Lima, vuelo directo a Santiago y desde allí un trasbordo a Osorno. Desde esa ciudad el trayecto en auto o camioneta hasta Río Negro toma una hora, aproximadamente.
¿La mejor temporada?
Todo el año, las tinajas se encargan de devolverle el calorcito al cuerpo caribeño no acostumbrado a la Patagonia chilena.
Contactos: martahuenchuan@gmail.com / Facebook: Turismo Rural Newen Mapu
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