El pueblo mapuche se une a la experiencia emprendedora y turística rural en Río Negro, Osorno (Chile). Ya no talan bosques ni arman revueltas. Su revolución ahora pasa por convertir sus casas en lodges vivenciales y sus cocinas en reductos de una sabrosa gastronomía mestiza.
Martín Vargas Barrera / Revista Rumbos
No estaban muertos ni andaban de parranda. El pueblo mapuche está vivito y coleando en el sur de Chile, dónde luego de dos siglos de tensa relación con la nación criolla y sus prejuicios étnicos paridos en vientres occidentales, hoy los descendientes mapuches viven en paz y comienzan a mimetizarse con su entorno.
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Aunque el pueblo originario de Chile sigue siendo el grupo social más discriminado, pobre y marginado del país, esta situación está cambiando por una nueva visión de Estado que ya no los reprime, que ya no les quita sus tierras y que ya no los considera ciudadanos de segunda. Por el contrario, el Servicio Nacional de Turismo de Chile (Sernatur), una suerte de PromPerú chileno, hace algunos años cambió el chip y comenzó a revalorar su cultura.
Comenzó a capacitarlos para que abandonen actividades extractivas como la tala de árboles, principalmente de los cotizadísimos alerces. Desarrolló talleres de culinaria, repostería, turismo, calidad de atención, arte y marketing, para que todos pusieran en valor su cultura y tengan una mejor calidad de vida con emprendimientos anclados en el turismo vivencial.
Entonces las cosas comenzaron a mejorar. Los pobladores tomaron en serio la ayuda y ahora una serie de emprendimientos comienzan a florecer en la Región de Los Lagos. Restaurantes, albergues, lodges, clubes campestres, refugios, circuitos de pesca recreativa y muchas otras actividades, han convertido al destino en un ejemplo. Ya son 20 las rutas turísticas implementadas con los más altos estándares de calidad de servicio. Sin duda, envidiable.
Fuerza y orgullo
Los santiaguinos y los más cosmopolitas compatriotas de Arturo Prat o Salvador Allende, reconocían el aporte mapuche, pero de lejitos nomás. Aplaudían y se tomaban fotos con la afamada platería araucana (nombre español dado a los mapuches), pero era impensado darles escaños congresales, ventilar sus costumbres en la tele o incluirlos en la “sociedad chilena”. Pero gracias a Dios eso terminó cuando se descalabró la dictadura de Alfonso Pinochet.
“Fueron tiempos difíciles. Uno no entendía porqué nos perseguían y quitaban las tierras. Pero gracias a Dios mis hijos no verán esas historias pues ahora todo es distinto”, cuenta Ana María Colihuechun, mapuche, madre y emprendedora.
Antes dedicada a las artes de la industria maderera que lo deforesta todo, sobre todo los hermosos y valiosos alerces, ahora Ana María anda china de risa. Abrió su pequeño alojamiento al pie de la carretera y ofrece a los turistas trekking, avistamiento de aves, visita al bosque de alerces y, cómo no, las artes de la cocina mapuche.
Cristina Catrilef es un encanto. Ella es otra de las amas de casa que decidió arreglar la sala, instruirse en gastronomía y abrir las puertas de casa para mostrar lo mejor de sus raíces, sus recetas milenarias, su sazón heredada y sus ganas de no quedarse estancada.
Ella fue otra de las sabias mujeres que convenció al esposo de ir tras el sueño. Decidieron construir una nueva casa con terraza más amplia y más comodidades para que sirva de lodge cuando el tranvía de la prosperidad trajera los turistas ansiosos por conocer la vida de verdad.
El encanto de Mati
Decidió ser su propia jefa, colgó el hacha y apagó la motosierra. La simpatiquísima Matilde Pinol, nieta de mapuche y alemana aria, convirtió su humilde casita en un laboratorio de anécdotas, en el cuartel general del sabor mapuche y en una cabaña para las sonrisas y el deleite.
“Siempre quise hacer esto, pero recién cuando murió mi esposo sentí que recobré las alas. Aquí el machismo es muy fuerte y yo sólo era ama de casa. Pero cuando mi esposo partió, decidí seguir los cursos, aprender y tecnificarme. Creo que ahora estoy preparada para iniciar una nueva vida”, cuenta Matilde, mientras Richard, el único hijo que se quedó para cuidarla, le avisa que las tortillas de rescoldo (unos panes gigantes cocinados en cenizas) ya están listos.
Pero como aquí el cariño es grande, Matilde también nos saca un espectacular kuchen de durazno, mora y fresa, una torta muy tradicional en Chile y que es parte de la fusión culinaria con Austria y Alemania. ¿El cierre? Una sopaipilla (torreja de harina que se puede rellenar de lo que uno quiera) que esta vez tiene algo de particular.
“¿Usted es peruano verdad? Entonces sáquele el sabor ¿dígame de qué es esta sopaipilla po?” Doy una mordida y respondo al tiro. “Es quinua” refuto, y antes que me digan que tengo la razón, disparo: “Debería llamarla Sopaiquinua, Matilde. Siempre hay que innovar y diferenciarse”. La doña me mira, sonríe y dice: “Tenías que ser peruano po, siempre al tiro con su creatividad” No respondo, para la próxima pediré derechos de autor.
En Rumbo:
¿Cómo llegar?
Desde Lima, vuelo directo a Santiago y desde allí un trasbordo a Osorno. Desde esa ciudad el trayecto en auto o camioneta hasta Río Negro toma una hora, aproximadamente.
¿La mejor temporada?
Todo el año, las tinajas se encargan de devolverle el calorcito al cuerpo caribeño no acostumbrado a la Patagonia chilena.
Contactos:
Cristina Catrilef: Hospedaje rural Eluney / catrilefcristina@gmail.com
Matilde Pinol: Fogón Matilde / https://www.facebook.com/matilde.pinol
Tour operador local:
Rodrigo Angulo / rodrigotransporteyturismo@gmail.com
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