Nuevos Rumbos del Sur. Esta vez, Ilo y Moquegua son los destinos visitados por nuestro equipo periodístico, que disfrutó de una interesante combinación de mar, arquitectura y bodegas pisqueras. Lo invitamos a seguir sus pasos por dos destinos que se complementan, brindando a los viajeros una experiencia inolvidable… ¿Seguro? Lo invitamos a leer esta crónica de una tierra en la que se refugia el sol.
Por Rolly Valdivia
Lo siento, he olvidado su nombre, pero no he olvidado nuestro encuentro ni la conversación que tuvimos. Sí, ya sé, debí escribir sus generales de ley en mi libreta, si me permite utilizar un lenguaje entre policial y legal, tan de moda en estos tiempos inciertos, tan distintos a los instantes –fugaces, efímeros, irrepetibles- que usted captura con modestia y sencillez, mientras escucha las noticias del día.
Sin poses ni alardes. Lo justo, lo imprescindible. Una sonrisa, una peinadita y júntense un poquito más. Con eso basta para crear un bonito recuerdo en ese malecón con vista al mar, en el que usted espera bajo la sombra de una glorieta y oyendo la voz de su radio, a los clientes que siempre llegan, a pesar de que su oficio pareciera estar en peligro de extinción.
“No, eso no va a pasar”, sentenció usted cuando le pregunté si los celulares y tabletas no eran un cáncer para su negocio de fotógrafo de muelle y malecón, pero fotógrafo moderno, con cámara digital e impresora portátil. Ya ve, me acuerdo de su respuesta, de su equipo, de su gorrita y hasta de la procedencia de sus clientes -bolivianos, chilenos, moqueguanos, puneños y tacneños, a veces arequipeños y limeños-, pero no de su nombre ni apellido.
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Lección aprendida, no volveré a confiar en mi memoria en las horas previas de una ruta pisquera. Experiencia en la que además de nuestra patriótica bebida de bandera, degustaría vinos y macerados de frutas…; pero mejor no sigo. Quien sabe si el simple hecho de evocar esa achispada experiencia -vivida en estricto cumplimiento de mi deber periodístico- me lleve a perder el Ilo de este relato.
Y si pierdo este Ilo sin hache no podría seguir escribiendo sobre el fotógrafo veterano y solitario que imprime recuerdos en la Glorieta y el Muelle Fiscal del Malecón Costero (ahora en reparación). Ahí trabaja, como las señoras que venden artesanías y los pescadores que guardan sus redes para pasear a los turistas en sus botes. No hay tiempo. Esta vez solo caminaré contemplando el mar ileño.
Tampoco sobró el tiempo en la jornada anterior, cuando Ghandy, quien le sacaba lustre a su nombre al manejar pacíficamente por la vía Costanera, anunció al equipo periodístico de Rumbos que habían llegado al límite regional entre Arequipa y Moquegua. Atrás quedaba Punta de Bombón (Islay), adelante se perfilaba el distrito de Pacocha (Ilo) con sus ondulaciones desérticas y sus playas escondidas.
Apurarse. El sol se oculta. Hay que llegar a Platanales y Wawakiki antes del anochecer. Vamos, Ghandy, tú puedes; pero sin alocarse, sin pisar con entusiasmo el acelerador porque ahora hay curvas y el mar está abajo, bien abajo. Belleza encaletada, recóndita, prometedora y solitaria. Somos testigos del crepúsculo. El cielo arde en un espectáculo de luces y sombras. Nuestros ojos se regocijan.
Refugio del sol
Pasos por el Malecón. Pasos relajados. Pasos exploratorios por una vía remodelada de 1600 metros que une el Muelle Fiscal con la Plaza Perú. Visones marinas y urbanas en una ciudad que conoció de los afanes civilizadores de las culturas Chinchorro y Chiribaya, en un puerto de buena pesca, en una provincia que es corazón comercial, financiero y minero de la región Moquegua.
Eso no lo he olvidado. Eso lo sabía desde antes. No es mi primera puntada en Ilo, tampoco en Moquegua, la siguiente parada en los Rumbos del Sur. El viaje carretero activa los recuerdos: el centro con sus construcciones llenas de prestancia, la Casa de las 10 Ventanas, el Museo Contisuyo y el cerro Baúl imponiéndose en el horizonte como un severo guardián.
Pienso en los camarones de Tumilaca, en los panes de Torata, en las paltas de Samegua y en ese cuycito frito con su costra de maíz. También en los piscos, en los vinos, en el macerado de Damasco y… ¿en las llamas de Chen Chen?
No, a ellas nunca las he visto, “pero si allí están, en el cerro”, dice impaciente Marco Antonio, nuestro guía, antes de explicar que esos geoglifos los hicieron los tiahuanacos allá por el año 1200 y que los camélidos son en realidad señales que indican el camino hacia la costa. Eso sí lo apunté, tal vez porque ya habíamos visitado la antigua bodega Oma, la primera parada en la Ruta del Pisco.
Salud por aquí, salud por allá. Seco y volteado con ese mosto verde que, según dicen, nació en Moquegua. Bienvenido el Italia y el acholado, también los macerados y hasta el brandy. Total, es de mala educación rechazar una copa bien servida en Oma, donde hoy de produce el pisco Biondi, y en las bodegas Atencio-Tapia, Don Camilo, El Mocho, Rayito de Sol y Parras y Reyes.
Lo siento, pero lo sucedido en las bodegas no será revelado en esta crónica. Digamos que, como los buenos piscos, se está destilando lentamente en el alambique periodístico de Rumbos; pero no sean mal pensados, no he olvidado los hechos. Mi único olvido es el nombre del fotógrafo del Malecón. Trataré de recordarlo. ¿Podré recordarlo?…
En Rumbo
Distancias: 92 kilómetros separan a Ilo de Moquegua. Hay servicio público todos los días y en diferentes horarios.
Comodidades: En Ilo y Moquegua encontrará diversidad de hoteles y restaurantes, por lo que no tendrá mayores problemas para sentirse cómodo.
Pasado: La cultura Chinchorro ocupó la zona costera desde Ilo hasta Antofagasta. Antigüedad: 7000 a 1500 a.C. La cultura Chiribaya se centró en Ilo, llegándose a expandir hasta el valle de Tambo (Arequipa) y Azapa (Chile). Antigüedad: 900 al año 1350. En el distrito El Algarrobal de Ilo, se encuentra el Museo Chiribaya.
Moquegua: A 1410 m.s.n.m., fue fundada el 2 de enero de 1837 con el nombre de Santa Catalina de Guadalcázar.
Cerro Baúl: Se encuentra a 12 kilómetros del centro de Moquegua (distrito de Torota). Es su cima se encuentran restos arqueológicos de la cultura wari.
Mosto verde: es un tipo de pisco en el que mostos ricos en azúcar sin fermentar son destilados, obteniéndose un sabor incomparable. Este tipo de pisco, según la investigadora Rocío Olivas, habría nacido en Moquegua.
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