Tras siglos de zapateo unánime y ceremonias fastuosas para quedar mejor que el año pasado, el carnaval de Arapa, en Puno, ha sido declarado patrimonio cultural de la nación. ¡Más vale tarde que nunca, ministro!
Dicen quienes han tenido la oportunidad de pasar un carnaval en Arapa que la cosa es como un cuento surrealista. Que se destapan las ganas y se entierran los prejuicios. Que los músicos terminan con los dedos rebanados por tanta melancolía arrancada a las cuerdas del arpa. Que cuando el carnaval estira la pata, los bailadores pasan un mes en cama con las piernas en alto y las barbas en remojo.
Que los padrinos del desmadre, llamados “alferados”, tardan meses en engordar sus billeteras después de tanto cariño contante y sonante puesto al servicio del taita, de los bailadores desbocados y de los vecinos de toda la vida.
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Y es que en Arapa, provincia de Azángaro, región Puno, nadie se salva cuando hay carnaval. Hasta los recién casados tiene un rol en esta fiesta auspiciada por la buena fe, y sazonada por cervezas y otros menjunjes de caña. Cuentan que la tradición manda que los esposos novatos visiten a sus padrinos de boda con un calientito, a manera de agradecimiento y muestra de respeto post necesidad.
Pero no vaya a creerse que se pone un corsé al sentimiento. Muy por el contrario, es la época más esperada del año por la muchachada, que aprovecha la coartada musical para bailar pegadito con las señoritas, y susurrarles su amor eterno antes que acabe la canción.
¡Fiesta patronal, señores!
La celebración dura una semana y aquí no hay cuento. Los celebérrimos organizadores del desmadre han organizado todo con la prolijidad de relojeros suizos. Dicen que todo tiene sus etapas y que estas se cumplen sin dudas ni murmuraciones para que cuando vengan los forasteros… se queden con la boca abierta.
Por eso hasta las doñas se suben al coche y adornan sus casas, chacras y hasta los borregos y chivos son retocados con las flores típicas de estación. Tikachaska que le dicen. Pero ahí no queda la vaina. Otra tradición es el Chacu Apaykuy, una ofrenda masiva de animales de corral que tiene como beneficiados al alcalde, al juez y al curita, en mérito a su buena labor durante el año que se fue. Claro está que el carnaval no es lugar para la diatriba, y así la gestión haya sido mala o el cura no haya perdonado a todos los pecadores del pueblo, igual nomás se llevan su aguinaldo en febrero.
La semana de carnaval, cuentan otros que han sobrevivido a la resaca comunal, se caracteriza por el despliegue de las parejas de danzantes del Pukllay, quienes comienzan a mover las caderas al borde del lago para celebrar la llegada del Pukllay Machi, personaje central de la fiesta y que funge de Ño Carnavalón.
Nos aclaran que si el cortejo de los jóvenes no funciona a la primera, pues los chicos tienen una segunda oportunidad para robar besos en el llasask’a. Ni más ni menos que un juego donde los varones simulan raptar a las mujeres y llevarlas a casa de sus padres con la intención de desposarlas. Si fallan allí, entonces todo estará consumado.
De origen romano, para rendir tributo a la fertilidad y marcar el inicio del ciclo agrícola, la fiesta fue traída por los jesuitas para ayudar en la extirpación de idolatrías y el ablandamiento de las ganas subversivas. Sin embargo, algunos señores de fina estampa sostienen que la raíz es prehispánica y que se realizaba «desde antes» para celebrar a la Pachamama y la Cochamama.
Fuera una o fuera la otra, lo cierto es que el mestizaje y sincretismo cultural se desbordan desde hace siglos y en mérito a ello, el Ministerio de Cultura del ministro actor, acaba de declarar Patrimonio Cultural de la Nación al Carnaval de Arapa, en la provincia puneña de Azángaro. Y eso, eso hay que celebrarlo.
Dice la norma que la consideración se justifica porque es un referente de identidad de la población. Que es algo así como un testimonio de fe inquebrantable y de apego sin intereses a las raíces. Lo cierto es que es una tradición que se mantiene joven aunque pasen los años. Es un sentimiento triste que se baila.
Los datazos:
-La población del distrito tiene al quechua como lengua madre, esto lo diferencia de otros grupos culturales presentes en el altiplano que son mayoritariamente aimaras.
-La danza se ejecuta en tres tiempos: la entrada, la danza propiamente dicha y la fuga.
-La vestimenta es colorida y confeccionada con lana de oveja. Cuentan con múltiples madejas de lana de colores que se colocan en el torso y cintura. Las parejas bailan con serpentinas y talco de colores.
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