Lejos de la banalidad y cerquita del corazón, este poblado san martinense es casi casi una especie en extinción. Tiene magia, un encanto que merece ser contado.
Martín Vargas Barrera / Revista Rumbos
Heriberto Chujandama Tapullima, poblador temerario de Chazuta, y William Faullkner, escritor y nobel estadounidense, tienen algo en común: se niegan a admitir el fin del hombre. Ambos, cada cual a su modo y con las armas que les dio la naturaleza y la instrucción, creen que aún no es tarde para emprender la creación de la utopía contraria.
MÁS RUMBOS: ¿Cansado del estrés urbano y social? Conoce estos destinos exactos para ti
Faulkner ya murió, y durante su vida alimentó en prosa y poesía esa posibilidad. Chujandama aún está vivo y afirma que cuando muera recién entenderán su lucha. Un combate, una arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde sea cierto el amor y la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin, y para siempre, una segunda oportunidad sobre la tierra, como dijo García Márquez.
Y bueno, es necesario añadir que Chujandama vive en un pueblo muy parecido al Macondo del nobel colombiano. Se llama Chazuta, queda a una hora de Tarapoto, y está poblado por hombres recios que extraviaron hace lunas la capacidad de golpear y deshonrar a sus mujeres.
Chazuta vive ahora en paz. Lejos están los tiempos en que los barones de la coca parían el miedo en sus calles, solventaban los adulterios y asesinatos selectivos, y decidían cuándo se le acababa a uno la vida y la felicidad.
Ahora su gente camina sin sobre saltos. Las chocolateras de Mishky aprendieron, con una rapidez propia de las artes hechiceras, las bondades del cacao y los majambos, y ahora exportan bombones a Europa. Las ceramistas de Wasichay dejaron de hundir sus manos en el barro para repetir la iconografía de una tragedia, y ahora moldean vasijas que cantan y floreros que arrancan sonrisas sin necesidad de margaritas. Sus platos andan ahora por Astrid & Gastón, convirtiendo paladares sosos en lenguas consumadas.
Las tejedoras de Santa Rosa de Chipaota dejaron de trenzar penas y entendieron que la única forma de olvidar el olvido era cerrando la puerta de la frustración. Comprendieron que el río no era la única forma de salir del pueblo, y su buena vibra partió en forma de nube, de un cúmulo repleto de buenas intenciones. El viento la perdió en el horizonte y luego de algunos meses regresó convertida en forma de nota de pedido. Desde entonces surten puntualmente los anaqueles de Dédalo, la conocida galería barranquina.
Pero había un problema con esta alborada productiva. Nadie se había preocupado en censar la identidad de frutos, hierbas de la felicidad, plantas medicinales y árboles mágicos con soluciones a todos los males del cuerpo, que los laboratorios de ultramar patentan a escondidas.
Fue entonces que Chujandama entendió su misión. Abandonó su trabajo forestal al servicio de funcionarios indolentes y se jubiló, ahí mismito nomás, de la vida urbana y sus recibos por pagar. Hace ocho años que viene apuntando nombres, contrastando sustancias, coleccionando recuerdos y comprobando los efectos que las plantas tienen sobre enfermedades, virus y pandemias. El libro, si los apus lo permiten, deberá estar listo el próximo año.
Alimento, medicina y oxígeno conforman lo que él llama con mucha sabiduría el triángulo de oro. AMO, si lo resumimos tomando las iniciales de cada palabra, es el motor de su proyecto “Río, bosque mágico”, una iniciativa que busca conectarnos con el poder de la madre tierra. Para ello ha establecido una ruta del conocimiento que se inicia en su modesta casa de techo con hojas de palma, que pasa por su chacra donde enseña las especies y sus bondades, y que termina en un tambo donde puede emprenderse un viaje a los demonios interiores, gracias a los poderes alucinógenos e introspectivos del ayahuasca.
La isla de la fantasía
Cesar Augusto Iyacurima Chujandama tiene nombre de emperador y quizá por eso la sabia naturaleza hizo que heredara una isla en lugar de un motocar o una bodega. A sólo 15 minutos de Chazuta en peque peque, y en medio del caudaloso río Huallaga, quedan los dominios de este pequeño hombre y su gran familia.
Su esposa nos recibe con un poco de agua y con una sonrisa de esas que a uno le devuelven las ganas de confiar en la humanidad. Es la 1 de la tarde y en el medio de la isla (de unas seis hectáreas aproximadamente) los Iyacurima han dispuesto su humilde morada. Y allí nomás, en la entradita, un puñado de cacao se tuesta al sol y escapa, cuando el menor de sus hijos mueve los brazos, al apetito de una gallina chúcara.
“Antes sembrábamos coca, teníamos más plata, pero no éramos más felices que ahora”, me cuenta Lizbeth y me habla de sus sueños. Me dice que ya están listos para ser más felices, que sólo esperan a una de esas ONG que fueron a Chazuta para que les enseñen como pescar el futuro. Que con una ayudita les basta y les sobra para hacer de la isla un destino turístico.
Me cuenta que arreglarán el atracadero, que limpiarán de hojas y maleza la entrada, que delimitarán el huerto, que enseñarán como procesar el cacao a los turistas, que los harán vivir la experiencia de cosechar y producir sus propios alimentos, y que pondrán tres bungalows en la ribera para que los visitantes duerman arrullados por los estertores del Huallaga.
Cesar Augusto la mira como quien otea un poco de sí mismo. Después nos invita a recorrer la isla y entonces veo lo mismo que su esposa. Aparecen los turistas durmiendo en hamacas, cortando cocos, trepados en platanales y tostando cacao. Entonces el dolor que tiene la doña por no tener dinero para la tomografía que necesita su hijo, desaparece. Hace un año se abrió la cabeza y sufre convulsiones que las pastillas logran amortiguar, pero el dolor continúa.
Por eso los Iyacurima han decidido acelerar sus sueños durmiendo menos y trabajando más. Sólo están a la espera que la ONG o un samaritano los capacite y les den una manito para empezar su quimera. Entonces, con todo bien puesto y sin la preocupación de la tomografía, esta isla será verdaderamente, de la fantasía.
En Rumbo
¿Cómo llegar? El trayecto a Chazuta desde Tarapoto toma 40 minutos. De ahí se coge un peque peque (canoa con motor fuera de borda) y en 15 minutos se llega a la isla. Puede ayudar comprando cacao, chifles o miel.
¿Qué visitar en Chazuta? En Chazuta puede conocer el Centro Cultural Joicy Bartra, el taller de chocolate de Mishky Cacao, las ceramistas de Wasichay, la chacra Pasikiwi de Jorge Moreno, el proyecto Río, bosque mágico, las tejedoras de Santa Rosa de Chipaota, las vasijas funerarias de la Plaza de Armas, recorrer el Huallaga en peque peque y, cómo no, llegar a la isla de la fantasía.
Martin Vargas de vuelta a Chazutam, esta ves para encantarnos con un nuevo relato lleno de colorido. Felicitcitaciones desde la Chacra Pasikiwi, Chazuta, San Martin, Perú.