Conozca las tradiciones ancestrales que persisten en la comunidad de Chari, en el distrito de Checacupe (Canchis, Cusco), donde la creatividad andina se teje a pulso y con fibras naturales obtenidas de los caprinos.
Probablemente la comunidad de Chari no te suene familiar, pero si te dijéramos que algunas de sus habitantes formaron parte de las 54 mujeres artesanas que participaron en la creación del ‘Primer panel telar tejido a mano’, de seguro que proyectarás tu mente en aquella innovadora propuesta que Backus lanzó para promocionar una de sus marcas cerveceras. Y que al igual que la espuma, creció con éxito, obteniendo varios reconocimientos a nivel de Iberoamérica.
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Aunque esta iniciativa fue parte de la campaña de lanzamiento de una marca cervecera, contribuyó a que cuatro comunidades sean puestos en los ojos del mundo con el objetivo de fomentar la conservación de las técnicas tradicionales como es el de telar a cintura o el teñido mediante pigmentos naturales.
Aquel nuevo amanecer despertó en los turistas el interés por el arte andino del telar y las iconografías que se tejen a través de las fibras. Y como es de costumbre de nosotros, los periodistas de Rumbos, también nos animamos a desviar nuestros pasos para visitar aquella comunidad que alcanzó la fama gracias a las mágicas manos de sus emprendedoras mujeres. ¿Qué tanto cambió la vida en la comunidad Chari después de esta hazaña internacional?
Herederas de hilos
Para descubrirlo nos despedimos de la Ciudad Imperial. A cientos de kilómetros de la capital de esta región y a más de 3 000 metros sobre el nivel del mar, se encuentra, en una muy buena posesión geográfica, el pueblo de Chari. Famoso por haber recuperado sus técnicas textiles y diseños propios de la zona.
Nuestra llegada es recibida por una hospitalaria asociación de campesinas llamada Ticlla Liclla que en español quiere decir “Mantadas con figuras”. Pero no en vano fue bautizado con ese apelativo, pues las ocho mujeres artesanas que conforman dicha asociación elaboran magníficos telares dignos de admirar como si fuesen obras de arte.
Eso sí, antes de admirar cada una de estas bellezas hechas minuciosamente a mano, debemos empezar por aprender, atentamente, la demostración del proceso artesanal del tejido. Eustaquia Quispe tiene 63 años y es la veterana del grupo. Ella cual anfitriona de gala no invita a recorrer la ruta de este centenaria actividad textil.
La base de este proceso está en el corte de la lana. Eustaquia explica que antes de empezar a tejer, las mujeres deben seleccionar la lana previamente extraída de las ovejas para luego recuperarlas. Este entrenamiento consiste en limpiar y preparar la lana mediante el hilado de la fibra. A esto también se le conoce como el puskay o hilado, mediante el uso de una rueca (instrumento para hilar).
En seguida, se procede a teñir el hilo fino obtenido de la lana. Para darle ese color natural muy característico en los textiles cusqueños, se deben utilizar diferentes hierbas recogidas del campo como la cohinilla (para obtener el rojo o morado) y chilca (para el verde), entre otras plantas. Para combinarlas se juntan tanto las hierbas como el hilo en una olla de barro con abundante agua hervida.
A continuación se repite el proceso del hilado con el fin de obtener mayor fineza y resistencia en los hilos al momento de tejerlo. “Cada proceso es importante para obtener al final una mantada hermosa, pero sobre todo de calidad”, recalca la líder de las artesanas textiles. A nosotros no nos queda más que asentir con la cabeza y seguir disfrutando de la tradición prehispánica.
Tras agregar los pigmentos naturales, continúan la técnica tradicional de telar. Para ello se dispone de cuatro estacas y dos palos adicionales que ayudarán a estirar la lana de un lado hacia otro. El trabajo es realizado por dos mujeres: una sostiene, mientras que la otra va tensando los hilos en el telar.
Pero la parte que exige mayor esfuerzo, dedicación y concentración es el tejido hecho en un telar de cintura. Eustaquia nos demuestra la forma que va adquiriendo la mantada y la complejidad con que se elabora. Todo depende de los diseños, pues cada figura geométrica implica un reto que toma semanas o hasta meses cumplirlo.
La integrante principal de la asociación Ticlla Liclla no me dice cuántas mantadas se producen al mes en la comunidad de Chari debido a que los pedidos son relativos. Además, me explica, cada tejido hay que realizarlo cuando hay inspiración, pues de lo contrario el resultado final no será bueno.
En cuanto al acabado final, tienden a ser excepcionales. Cada icnografía plasmada en las mantadas representa la vida diaria de las familias quechuahablantes. Al terminar la demostración, es inevitable no enamorarse con la variedad de textiles de cuatro piezas hechos a manos.
Chari ha demostrado que puede sostenerse a través de la artesanía local, que es promovida como parte del turismo rural comunitario en el Cusco. La buena noticia para usted si es que se anima a visitar esta emprendedora comunidad es su cercana ubicación a la Montaña de siete Colores o Montaña Arcoíris (Vinicunca) y el parque arqueológico de Machu Pitumarca, situado en el distrito del mismo nombre, en la comunidad de Consachapi.
En Rumbo
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