En Abancay visitamos uno de los cañones más profundos del mundo, un destino que nos conecta con la Pachamama y despierta el espíritu aventurero.
La primera vez que surquen el cañón del Apurímac, sentirán un cauce de sensaciones en las que resaltarán dos: vértigo, por su imponente profundidad y admiración, por sus bellas colinas y el cielo raso. Es más profundo que los cañones mundialmente famosos como Colorado (2 133 metros) en Estados Unidos y que el aclamado cañón del Colca (3 250) y Cotahuasi (3 535) en Arequipa, los cuales figuran en el top de las listas del planeta. Pese a su profundidad de 4 691 metros, yace bajo las sombras.
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Pero eso no amilana sus propiedades místicas y afrodisíacas. Llegar a la cima es un periplo no acto para cardíacos, pero sus retribuciones son indescifrables. Nuestra actitud ante el mundo natural varía en sus laderas, piedras y caminos carentes de la mano humana. Nos sentimos distintos. La naturaleza se presenta como algo ajeno, dueño de su propia existencia: se justifica por si sola.
El azote del viento peina o acaricia, dependiendo de la hora o de las fuerzas de la Pachamama. Si le rindes tributo a los apus (montañas), el clima se torna amigable. Como ofrenda puedes compartir parte de las bebidas que tengas a la mano: agua, chicha, cerveza, anís, pisco o algún otro líquido para que su furia se amilane y te permita profanarlo con licencia.
Cuentan las leyendas que si tiras alguna piedra, llueve. Algunas personas, por no respetar su omnipotencia, les han dado parálisis facial. Otros, sufren el mal de altura, cólicos o náuseas y se ven obligados a buscar a los chamanes para que realicen sus rituales en los que priman el humo del cigarrillo y las hierbas. Todo Apurímac está rodeado de estos gurúes para contrarrestar la ira de la Madre Tierra.
El mirador San Cristóbal y Rumy (que significa piedra, en quechua) ayudan a entender el vértigo o la belleza. Si madrugas y llegas alrededor de las 5 a.m., podrás ver las montañas bañadas de neblina y custodiadas por cóndores. Si te acercas en la tarde, a partir de las 5:00 p.m., el sol chorreará sus rayos y el viento segregará su ira.
Pero el cañón del Apurímac te resguarda tanto como te flagela. Este tiene elementos farmacológicos en todo su camino, como si la divinidad supiese que es lo que necesitaremos en nuestra travesía. Puedes encontrarte con plantas de muña, una de las más utilizadas en el Perú, solo comparada en fama con el mate de coca, la infusión de maca y la uña de gato.
La muña crece como si fuese hierba mala, pero de mala solo tiene el físico, pues algunas pueden ser tan pequeñas que pasan desapercibidas. Estas son propicias para el mal de altura y los cólicos. Además, su olor reconfortante combate la migraña.
Si tienes suerte, encontrarás a la planta que da nombre a su distrito: la flor de amancay (en quechua amánkay, que significa azucena), originaria del Perú y al borde de la extinción. Esta florece solo una vez al año con un tiempo corto de vida (2 o 4 días).
También encontramos el agave, también conocida como maguey y que de lejos parece una planta de sábila gigante. Los expertos dicen que surgió hace más de 10 millones de años en Europa. Sus hojas son carnosas y su fibra es usada para hacer hamacas, sogas o tejidos.
En Apurímac no le dan ningún uso, pero en México, los antiguos mayas lo utilizaban para hacer instrumentos de viento. Ahora se utiliza para preparar su bebida bandera: tequila. Sin embargo, el cañón del Apurímac no quiere saber nada de alcohol. Cuando tratas de beber más de la cuenta, (tal vez un pisco o anisado) y parece que estás entre Pisco y Nasca, los lugareños evitan que prosigas. “No bebas. Te va doler la cabeza”, te sancionan, tal vez por la experiencia, quizás tratando de controlar tu imprudencia.
Lo cierto es que una dosis de exacta de anisado, pisco o chancaquichachi (bebida afrodisíaca de Apurímac, que significa “abre las piernas”) te ayuda a concretar tu peregrinaje y te aleja del mal de altura. El cañón del Apurímac cumple todas las expectativas de una verdadera travesía en la naturaleza: cada piedra, planta o brisa habla un idioma que no entendemos, pero sentimos.
El silencio de las piedras se une a nuestro silencio. El ritmo del viento se acompasa con el latido de nuestros corazones, que son cada vez más fuertes mientras te aproximas a la cima. Ya no eres humano, sino un trozo del coloso cañón del Apurímac.
En Rumbo
La ruta: De Lima a Abancay son 15 horas de viaje por vía terrestre. El trayecto se inicia por la Panamericana Sur hasta Nasca, donde se toma el desvío hacia Puquio-Challhuanca-Abancay. La carretera continúa hasta el Cusco. Hay buses todos los días. Viaje en Cruz del Sur
Dónde comer: Visite el restaurante Matías, avenida Arenas 140, Abancay.
Dónde dormir: Hotel de Turistas, avenida Díaz Barcenas 500, Abancay / Hotel Saywa, avenida Arenas 203, Abancay.
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