El mate burilado es el arte peruano que poco a poco gana más amantes en el valle del Mantaro (Junín), Huanta (Ayacucho) y la región Lambayeque. Conózcalo en la siguiente crónica.
Ninguna costumbre andina queda fuera de los mates burilados. La cosecha de la papa, el famoso huaylas, las fiestas de guardar, y los paisajes serranos son algunas escenas inmortalizadas en las calabazas doradas y redondas de este arte popular que persiste en el valle del Mataro (Junín), en Huanta (Ayacucho) y en las localidades de Lambayeque.
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Más allá de ser una pieza de contemplación y adorno para la sala, el mate brilla por su calidad de documento histórico. Así como los egipcios dibujaban sus vivencias en sus pirámides o los griegos en sus cerámicas, las comunidades andinas lo hacían con la técnica del burilado.
Herederos de esa tradición, los artesanos contemporáneos plasman con un buril fabricado rusticamente sus tradiciones, creencias y la cotidianidad sobre la corteza del mate, creando un ‘libro redondo’ con escenas narrativas que incluyen la idiosincrasia del hombre andino. Es una suerte de bitácora al igual que el retablo o la centenaria sarhua.
Como bien se sabe, el mate es un fruto de la familia de las cucurbitáceas como el melón y el zapallo, pero no crecen en la sierra central y los artesanos deben obtenerla del norte. Para obtener el mate con una textura de madera, se debe quitar la cáscara una vez cosechado y dejarlo al sol.
Después de varios días el producto ya está listo para crear piezas ancestrales e inclusive diseños con expresiones contemporáneas, un movimiento que se ha puesto de moda.
Tradición de nunca acabar
En muchos casos los dibujos monocromáticos que son retratados son tan pequeños que solo pueden verse con lupa, aunque hay algunos cargados de varios colores, que si pueden verse a ojo de buen cubero.
Aunque se hablan de varios sitios representativos, uno de los más sonados es el pueblo de Cochas Grandes, al este del centro histórico de Huancayo (Junín), donde más de la mitad de su población se dedica al mate burilado. Por eso allí se encuentra los mejores artesanos de este arte peruano antecesor del tatuaje y sus menjunjes urbanos.
Una de las forjadoras recordadas de esta tradición es Apolonia Dorregaray Veli, protagonista de toda una tradición del Valle del Mantaro y ganadora del Premio Nacional Maestro de la Artesanía Peruana 1995. Además fue ovacionada por el propio José María Arguedas debido a su labor artística.
Al igual que ella, la familia Alfaro Núñez es uno de los pocos clanes de Cochas Grandes que heredó el talento para el burilado. Sus cotizados mates les han permitido ser acreedores de diversos concursos nacionales: como el Premio Nacional de Arte Popular Inti Raymi el 2005, además de exhibir sus trabajos ante coleccionistas internacionales.
Lo mismo sucede con Ipólita Medina Cabrera, dueña del Centro Artesanal Huaytapallana, quien junto con su familia transforma los deformes mates que llegan de Chiclayo y Trujillo, en asombrosas obras de arte. Asimismo, aprovecha los espacios de su amplio jardín para animar a los turistas a que hagan su propio trabajo como parte del turismo vivencial que se impulsa con frecuencia en el pueblo de Cochas Grandes.
Y es que, mientras estos personajes sigan impulsando los mates burilados, el arte andino seguirá dando que hablar en el país y el exterior. En el último año, el Ministerio de Comercio Exterior y Turismo (Mincetur) informó que más de 17 mil mates burilados ingresaron, bajo la marca Juntur Designs, al mercado estadounidense.
El pedido fue realizado como ornamentos navideños y por una suma de S/ 96.000 soles gracias a la iniciativa de la compañía que también es liderada por la empresa Katya y Blanca Canto, originariod de Junín. ¿Hay una razón para no sentirse orgullo de ser peruano?
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