Enclavada en un valle tan profundo como hermoso, la ciudad de Huancavelica es uno de los destinos menos visitados por los turistas en el Perú. Su añeja arquitectura, la belleza de sus paisajes y la hospitalidad de su gente, hacen de este rincón andino una de las alternativas más interesantes para un viaje de fin de semana.
El sol todavía ha de tardar en aparecer por entre las montañas golpeadas por la helada, pero Faustino y su familia están de pie hace más de una hora. En medio de la oscuridad y el frío de la madrugada, un ir y volver de pasos ligeros anuncia la llegada de un nuevo día en casa de los Taraco.
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Esta mañana, muy temprano, Faustino deberá partir a su acostumbrado viaje a las tierras bajas de la comunidad vecina. A lo lejos se escucha el agudo quejido de las llamas que, aún con trozos de hielo sobre su pelaje, son traídas hasta el patio mismo de la modesta casa de piedra y barro para proceder al estibado.
Cubierto con cuanta ropa tengo a la mano, me es casi imposible dejar de tiritar al recibir el aire frío de las montañas en la cara. Luzmila, la mujer de Faustino, me alcanza un grueso poncho de lana que ayuda a aplacar la helada brisa que llega desde el enorme lago Choclococha, que luce más azul que nunca esta mañana.
La luz invade el patio al amanecer. Entre los bultos, cerca de catorce llamas de carga esperan pacientes su turno. Con asombrosa precisión, Faustino y su hijo Julián reparten el peso en costales de bayeta. “Deben ser nueve kilos a cada lado, sino el animal se rehusará a caminar”, dice, mientras ciñe la cuerda de fibras vegetales en torno a la panza de una llama de color negro como la noche.
Uno a uno los animales van quedando listos para la travesía. El pequeño Julián coloca unos cencerros de metal en el cuello de la llama que liderará la caravana. “Es para que las otras no se pierdan, ni se pongan a comer por ahí”, agrega sonriendo el muchacho.
La larga hilera, encabezada por la gran llama del cencerro, inicia el recorrido de tres días a través de un camino que desciende por la estrecha quebrada hacia el valle.
Faustino se despide de Luzmila y del pequeño Julián. “La próxima vez vienes conmigo”, le dice, mientras le da una palmada suave en la cabeza. Con su morral cargado con papas recién cocidas, algo de mote y charqui, el arriero parte una vez más a negociar sus productos con los campesinos de las tierras bajas. Cambiará la carne seca por maíz, habas, algo de fideos, y quizá algunos caramelos para Julián. Seguirá la misma ruta que usó su padre y su abuelo, ambos arrieros como él. Las llamas que hoy lo acompañan son también descendientes de la recua que su abuelo formó y que cada mañana vio salir el sol sobre la enorme laguna de Choclococha.
Aquí en las alturas de Huancavelica es como si el tiempo se hubiera detenido, mostrándonos la cara de un Perú que ya ha desaparecido para siempre. La escena que líneas arriba se describe, ocurrió tan sólo a unos metros de la carretera que los viajeros utilizan para llegar a Huancavelica, la ciudad del ídolo de piedra, allá en las alturas de los Andes centrales.
Rumbo a la tierra de los arrieros
Llegar a Huancavelica no es algo complicado. Basta recorrer la carretera Panamericana Sur hasta Pisco, para luego tomar el camino asfaltado que asciende hacia el este y atraviesa los poblados de Independencia, Humay y Huancano. Siempre sobre asfalto, el conductor percibirá un notorio cambio en el paisaje: los cerros, enormes y apretados, se cubren de un verde intenso que contrasta con el azul del cielo serrano.
Hemos llegado a Huaytará, un pintoresco poblado que tiene en su iglesia el principal atractivo para los visitantes. El templo de Huaytará no sólo es hermoso por su arquitectura y colorido; esconde además un gran valor arqueológico. Sus cimientos de roca pulida fueron las paredes de un antiguo palacio inca, en donde habitaba el curaca que regentaba el valle.
Desde Huaytará el camino continúa ascendiendo hacia las montañas, hasta llegar a la localidad de Rumichaca. Este es el punto donde se dividen las rutas hacia Ayacucho (asfalto) y Huancavelica (afirmado). Tomamos entonces el camino hacia la izquierda y emprendemos el ascenso hacia las hermosas lagunas de Choclococha, Azulcocha y Pacococha, un conjunto de enormes lagos color esmeralda ubicados a los pies del nevado Chonta, en las alturas de Pisco.
Desde este lugar la carretera inicia el suave descenso, no sin antes
recorrer las vastas pampas de Lachoq, hogar de extensos rebaños de alpacas y llamas, base de la actividad ganadera de la región.
Después de algunas horas llegamos finalmente a Huancavelica. La ciudad, enclavada en un fértil valle andino a 3,650 metros sobre el nivel del mar, se muestra austera pero alegre con las torres de sus templos dominando los principales barrios de la ciudad.
La ciudad del ídolo de piedra
Según los cronistas, su nombre se deriva de las voces quechuas huanca y huillka, que juntas significan “ídolo de piedra”. Huancavelica fue, durante siglos, la tierra de los arrieros. Por sus estrechos caminos entre las montañas transitaron las enormes caravanas de llamas dedicadas al transporte de productos diversos entre Quito y el Cusco.
La ciudad fue fundada por el alcalde de minas Francisco de Angulo en agosto de 1571, bajo el nombre de La Villa Rica de Oropesa, en honor al virrey Toledo, conde de Oropesa, con el objeto de impulsar la explotación de las grandes minas de azogue (mercurio) de Santa Bárbara, en la que trabajaba, en condiciones inhumanas, gran parte de la población indígena de la región.
Cuenta la tradición que la famosa mina fue hallada por el encomendero Amador Cabrera, gracias a la información proporcionada por Ñahuincopa, un indígena que de esta manera quiso agradecerle el no haber maltratado a su hijo, luego de que éste extraviara el sombrero de su patrón durante las celebraciones del Corpus Christi en la ciudad.
Su estratégica ubicación geográfica la convirtió en lugar clave para el comercio interandino. Este factor, aunado a la inmensa riqueza proveniente de las minas de mercurio, propició la formación de grandes fortunas locales durante la colonia. Testimonio de este pasado de opulencia son las grandes casonas que engalanan las calles céntricas de la ciudad. Pero la bonanza tuvo un paso fugaz por estas tierras. En el siglo XVII, como consecuencia del agotamiento de los yacimientos mineros, Huancavelica inició su paulatina decadencia como centro urbano.
Más tarde, durante el siglo XIX, la ciudad fue escenario de importantes levantamientos indígenas, como el de Mateo Pumacahua (1814), caudillo local que se sublevó en repetidas ocasiones contra el yugo colonial. Posteriormente, en los albores de la independencia, la población local organizada se incorporó a las guerrillas patrióticas.
Ya en el siglo XX, Huancavelica enfrentó –junto a los departamentos del llamado trapecio andino (Apurímac y Ayacucho)– una aguda crisis social, agravada por la sucesión de desastres naturales (intensas sequías
e inundaciones). En la década del ochenta, la violencia terrorista también azotó la región, sumiéndola en la miseria y propiciando la masiva migración de sus pobladores hacia la costa.
En la actualidad, y gracias a la paz recuperada, este pueblo de campesinos y mineros –caracterizados por su sencillez y hospitalidad– lucha por recuperar la bonanza de otros tiempos.
Monumentos y atractivos
La arquitectura jugó un papel de gran importancia en el desarrollo de la ciudad de Huancavelica. Prueba de ello son sus hermosos templos y casonas. La catedral, por ejemplo, es la construcción más importante de la ciudad.
Son características sus dos hermosas torres blancas y portada en piedra roja. En el interior se conserva una bella colección de lienzos atribuidos a pintores indígenas, y un púlpito de cedro profusamente tallado y recubierto en pan de oro.
Muy cerca se encuentra la iglesia de San Sebastián, construida allá por el año 1662. En este templo se venera a la popular imagen de El Niño de Lachoq, quien, según cuenta una leyenda, alertó a las tropas peruanas de la inminente llegada del enemigo durante la Guerra del Pacífico (1779–1883).
Los alrededores de la ciudad son también pródigos en bellezas paisajísticas y naturales. Entre los lugares más concurridos están, sin duda, las aguas termales de San Cristóbal, ubicadas a pocos minutos de la ciudad.
Finalmente, en Huancavelica la geología parece haberse tomado algunas licencias. Los bosques de piedras, singulares formaciones rocosas producto de la erosión combinada del viento y el agua, son aquí tan abundantes como sorprendentes. Sus singulares paisajes son ideales para pasar el día, hacer caminatas y tomar fotografías. Existe uno en la ruta a Huancayo (a 20 kilómetros al norte de Huancavelica) y otro cerca a Toccyac (29 kilómetros al este de la ciudad). Otros bosques de piedras cercanos a Huancavelica son Sachapite, Huayanay y Paucará.
Bueno, ya lo sabe. Si decide darse una escapada y conocer una de las ciudades andinas más hermosas del país… Huancavelica lo espera.
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