Gunther Félix / Revista Rumbos
El sabor amargo que reposaba hace poco sobre el paladar de Johnny Schuller solo se comparaba con los primeros aguardientes de uva que bebió cuando era apenas un muchacho: un licor barato, de olor agresivo e hiriente para la garganta. “Un pisco de la reforma agraria”, como lo llamaría él.
Con ese mismo desagrado se quedó Johnny al ser vencido en el juicio que tequila Patrón le impuso por la similitud del nombre con Portón -el pisco que produce desde hace siete años-. Tras el litigio, la marca peruana del destilado no solo perdió el derecho a la marca registrada en Estados Unidos, también había sido un duro golpe para el embajador del pisco, cuyo origen nacional defendía incesante ante la terquedad chilena.
“El que quiere tomar Portón va a pedir un pisco sour y el que quiere Patrón pedirá una margarita”, aclara a regañadientes, después admite que siguirá luchando contra la compañía norteamericana como David contra Goliat. Pero su apasionada relación por la “bebida de dioses” no siempre fue un romance pronosticado ni una condición hereditaria.
Pisco Portón es el destilado de aguardiente de uva que se produce desde hace siete años en La Caravedo. Foto: Giuliana Taipe.
Por el contrario -viaja en el tiempo- nunca había una botella de pisco en casa, sino el aroma inconfundible de los pollos que se cocinaban sobre las brasas de leña en el restaurante La Granja Azul, la primera pollería del Perú. Entonces, ¿qué tuvo que pasar para que este hombre de apellido suizo protegiera tanto al pisco como Alfonso Ugarte lo hizo con la nuestra bandera?
Una pasión dulce y aromática
Para redescubrirlo retrocedemos a 1977, cuando un amigo le invitó a participar en una cata de piscos en Arequipa. Él, que prefería los vinos antes que el ardor de los aguardientes de uva, aceptó con cierto disgusto. Los cuatro primeros licores evaluados solo alimentaron el mal recuerdo de un paladar hiriente, pero en la quinta cata fue distinto. “Lo probé, lo volví a oler, pregunte por el sabor y era pisco. No lo podía creer, era una maravilla. Un destilado de buena estructura, elegante y soberbio. Desde ese día me enamoré”, confiesa al haber encontrado un buen pisco.
Encantado por esa experiencia, regresó de la Ciudad Blanca con 60 botellas pisqueras y con una lluvia de ideas que le permitieron sumergirse al mundo de las cepas. Para Johnny, los días del pisco malo, las resacas endemoniadas y las secuelas sedientas se habían acabado. Encontró su felicidad a primera copa.
Johnny Schuler es conocido como principal defensor de la nacionalidad del pisco. Atrás de él: La Caravedo. Foto: Giuliana Taipe.
Hoy, a sus 70 años no puede desprenderse tan fácilmente del pisco, pero no piense mal, no se trata de una dependencia alcohólica sino de una dedicación de más de 20 años entregados sin ningún interés al mundo de este destilado de vino. El resultado: una colección de alrededor de tres mil botellas guardadas en una bóveda de su casa como si se tratase de un búnker que resguarda un diamante en líquido y lo era por el color.
También afirma haber cometido algunas locuras por el pisco que solo se hace con ocho uvas pisqueras oficiales: quebranta, negra criolla, mollar, moscatel, italia, albilla, torontel y uvina. Y ese orgullo no se resume en las guerras mediáticas enfrentadas contra Chile por la nacionalidad del pisco, con quien se enfrentó más de una ocasión en incontables barras y mesas, más bien esa era otra hazaña.
El hombre del pisco
Hace un par de años atrás, cuando Johnny Schuler y un grupo de bartenders veinteañeros luchaban con pisco el frío neoyorquino, surgió una ¿alocada idea? ¡Johnny, you need a tattoo! ¡Do it!, le sugirieron. Entre Pisco y Nasca, y animado por el calor del licor, extendió su brazo al primer tatuador estadounidense, dejándole retratar esa bella obra de arte que luego se desnudaría en su piel con cada apretón de manos.
Johnny Schuler en una clase magistral de cata con un grupo de periodistas. Foto: Giuliana Taipe.
La sorpresa del día siguiente no era una resaca ni una alocada borrachera, sino la irreversible imagen del logo de Portón clavada en su piel, la marca peruana de pisco que produce en la bodega La Caravedo, la más antigua de América. Sea una decisión bien pensada o accidental, lo cierto es no hay alguien más orgulloso de su propio trabajo que Johnny.
Con la compra de la hacienda adquirida hace ocho años en sociedad con un inversionista norteamericano y situada en los valles costeros de Ica, enseñó a los extranjeros a tomar pisco con la marca de destilado más premiada del país… sí adivino, de ahí la inspiración para la creación de su tatuaje.
¿La secuela de este giro laboral? Más de 150 licores premiados a nivel internacional por su sabor y calidad, principal exportador de piscos a Chile y Estados Unidos, y, la única destilería del continente con la planta más moderna y ,a su vez, más antigua.
“Soy superperuano”, acredita su emprendimiento, mientras saborea en su mente cada una de las variedades de pisco. Puros, mostos verdes y acholados pasan por su cabeza. Johnny Schuler es una biblioteca andante sobre la historia del aguardiente de uva y eso nadie lo niega.
En el peor de los casos si no fuera catador -trata de imaginar-, sería gastrónomo y gran coleccionista del Perú, aunque lo último ya lo ha demostrado con su acopio de miles de botellas de pisco, de mapas que sitúan al puerto de Pisco y de toritos de Pucará. Más peruano, imposible.
El dato
Johnny Schuler tuvo un rograma de televisión llamado Por las rutas del pisco, publicó algunos libros y fundó la Cofradía Nacional de Catadores del Perú.
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