Leer fue nuestra primera forma de viajar. En el Día del Libro recorre con nosotros algunas rutas del autor que nos ha develado el Perú y nos impulsó a viajar.
Los años pasan y las lecturas son parte de la vida… siempre, siempre, tendremos libros predilectos, aquellos que nos marcan, que nos definen. Un viaje entre páginas que ayudan a impulsar nuestros deseos de rodar por el mundo.
No hay nada más hermoso que descubrir. La fascinación de lo nuevo. A José María Arguedas le debemos horas de viajes con la imaginación a ese país profundo del que poco sabemos, pero que se encargó de delinear muy bien con una belleza melancólica y romántica en sus relatos.
Creó sus historias a golpe de contacto con la realidad. En un afán por comprender el mundo andino – del que se consideraba parte-, recorrió el país y no hay mejor evidencia de ello que encontrar esmeradas descripciones de cómo era el Perú, por dentro, en sus textos.
Arguedas deambuló por una buena parte de las ciudades del ande peruano. Caseríos, comunidades y pequeñas metrópolis sur andinas aparecen en muchos de sus relatos para ponerle un sello característico a su trabajo.
Hoy viajamos por algunos de estos lugares muy conscientes de aquello que escribiera en Los Ríos Profundos: “La Patria y no el alma diferencia al hombre del gusano”.
Cusco, El Muro Inca, la Plaza y el Señor de los Temblores
Calle Hatunrumiyoc en Cusco Foto: Wendy Rojas
“Toqué las piedras con mis manos; seguí la línea ondulante, imprevisible, como la de los ríos, en que se juntan los bloques de roca. En la oscura calle, en el silencio, el muro parecía vivo” describía Arguedas en referencia a la calle Hatunrumiyoc, uno de los lugares más concurridos en Cusco donde se encuentra la piedra de los doce ángulos. Desde aquí es fácil acceder a la Iglesia de la Compañía de Jesús y la Catedral de Cusco. Dónde según cita el libro padre e hijo, se detuvieron para orar al patrón (uno de los muchos) de la ciudad: El señor de los Temblores, un cristo moreno y prieto al que los cusqueños llaman Taytacha (padrecito) y que tratan de igual para lograr favores.
Pachachaca, el puente sobre el mundo
Pachachaca. Puente colonial su construcción fue iniciada en 1654
Declarado como Patrimonio Histórico Cultural de la Nación del Perú. El antiguo puente de cal y canto que data de la colonia, servía para unir las ciudades de Abancay y Andahuaylas y aún hoy sigue en pie.
La Fiesta de la Sangre, Misitu, el ToroPukllay
Yawar Fiesta. Una alegoría del mestizaje andino español y representado en la tauromaquía andina Foto: Wendy Rojas
La corrida india es un evento espectacular donde un toro debe enfrentarse, en un pampón, a unos cien o doscientos indios a manera de toreros o capeadores espontáneos. En puquio, Ayacucho, como en el resto de los andes sureños el Turupukllay es esperado con ansias. En estas corridas andinas de toros, sobresale la figura del Misitu, un espécimen arisco de las punas que debe ser toreado como atractivo central, según se reseña en Yawar Fiesta, una de las más geniales novelas de Arguedas. Generalmente las corridas se celebran en Fiestas Patrias y, en las localidades de Cotabambas y Ccollurqui en Apurímac, existe una variante en la que se introduce a un cóndor atado al lomo del toro bravo. Estas corridas vienen siendo vetadas – como fueron vetadas en tiempos del autor- por los conservacionistas pues ocasionan serios riesgos para el ave voladora más grande de los andes americanos al contribuir con su desaparición.
Otras sendas
Morochucos. Una suerte de vaqueros del ande. Célebres jinetes muy vinculados al folclore ayacuchano. Foto: Difusión
De Huancayo, deja la impresión de que sus habitantes odian a los forasteros. En Yauyos contempla la depredación de la fauna local. Surge un encuentro con los morochucos, célebres jinetes de quienes se decía que eran descendientes de los almagristas. Allá por los albores de la colonia.
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