Afirma que la educación le sirvió para sacar adelante a un pueblo que ha sobrevivido a duras penas el conflicto armado, el olvido de un Estado que dice ser más inclusivo y de la depredación de sus territorios. Ruth Buendía, tal vez, la líder asháninka más venerada del Perú, habla fuerte sobre el turismo que no termina por convencerla.
Por Gunther Félix
Ruth Buendía es la prueba irrefutable de que no todas las heroínas llevan una capa ni tienen poderes sobrenaturales. A veces, basta con tener puesto el cushma (vestimenta amazónica) y poseer el carácter luchador de una raza indomable que resistió, contra todo pronóstico, la guerra interna que desangró a todo un país. Esa raza aguerrida y tenaz es la asháninka, la etnia más numerosa y extendida de la amazonía peruana.
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Desde el otro lado del teléfono, la venerada presidenta de la organización indígena Central Asháninka del Río Ene (CARE) reafirma su compromiso para que su pueblo pueda acceder a buenos servicios de sanidad y educación, pero teme, al mismo tiempo, que una nueva guerra vuelva a surgir en su pueblo: ya no se habla de un terrorismo con armas, sino de un “terrorismo económico”.
Pero el temor dura apenas algunos segundos. La dirigente asháninka retracta que no se quedará con los brazos cruzados pese a las innumerables amenazas que acosan a las dieciocho comunidades indígenas y treinta y tres anexos esparcidos a lo largo y ancho de la cuenca del río Ene, en Satipo (Junín). Ella seguirá siendo el dolor de cabeza de esas grandes empresas petroleras e hidroeléctricas que buscan desplazar a los asháninkas de sus tierras.
La primera batalla lo encabezó en la lucha contra la construcción de dos centrales hidroeléctricas en Junín. En este conflicto, Ruth Buendía unió al pueblo asháninka para parar el desmadre de una poderosa campaña, que le permitió ser acreedora del nobel del medioambiente (2014), el premio Goldman, en reconocimiento a su lucha ambientalista.
El turismo que no queremos
Pero hasta que llegue la otra ola, la líder asháninka de treinta y nueve años debe lidiar otros asuntos como mejorar la precaria educación, erradicar la desnutrición crónica en los niños, titular los territorios de las comunidades y —sobre todo— cambiar ese chip que los viajeros tienen respecto a la imagen del nativo.
“No estamos en contra del turismo, pero muchas veces se ve al indígena como un objeto de contemplación (…) Las comunidades no son zoológicos y el asháninka no es un animal. Es una persona que tiene derechos y deberes. Eso es lo que nosotros queremos”, responde Ruth Buendía cuando se le pregunta si el turismo realmente ayuda en esta zona del país.
Aunque la activista medioambiental manifiesta sus diferencias con este sector, no descarta la posibilidad de impulsar el turismo vivencial. “Bienvenido sea (el turismo vivencial), pero hay que planificarlo bien: las propuestas deben adecuarse activamente con la población asháninka, al igual que concientizar al turista sobre las comunidades antes de visitarlos”, recalca la primera mujer asháninka en presidir la CARE pese a las cuestiones culturales.}
Sangre revolucionaria
Y es que sí, como en toda comunidad nativa, siempre eran los hombres quienes lideraban y la mujer solo acompañaba. Sin embargo, eso cambio desde que la llegada de Ruth Buendía, quien surgió como una suerte de renacimiento desde las cenizas de una muerte cercana: al padre de Ruth lo mataron, en medio del conflicto, sus congéneres que lo confundieron como un terrorista más del grupo. Ella apenas era una niña, sufrió pero con el tiempo lo superó.
Con el tiempo las cosas también cambiaron. Ruth retornó a su comunidad, dispuesta a conocer la realidad de las comunidades sobrevivientes del Ene y decidida a luchar desde la CARE contra las amenazas constantes que atentan alrededor de estos pueblos a causa del olvido de una Estado que dice ser inclusivo, las invasiones de migrantes de la sierra, el cultivo de hoja de coca auspiciada por el narcotráfico y ahora por la presencia de grandes compañías.
“Nuestros territorios se están reduciendo. Ya no contamos con animales en el bosque. Los habitantes de Pichari (Cusco) están invadiendo nuestras tierras, así como parte de la Reserva Comunal Asháninka y el Parque Nacional Otishi”, dice sin pelos en la lengua, asegurando que ya no se cazan animales como antes. Ahora deben buscar sus alimentos, caminando por más de siete horas en la selva.
Futuro prometedor
Pero no todo está perdido. La experiencia que ha recibido la presidenta del CARE durante los doce años de su gestión le ha demostrado la importancia de tener una buena formación académica. Es así que entre los retos que ahora más le preocupan es empujar ese sector prometedor del cual saldrán jóvenes líderes. Al igual que conseguir buenas infraestructuras y servicios de calidad para su pueblo.
Además, se encuentra trabajando en la integración de los territorios asháninkas con el fin de obtener la documentación legal sobre los derechos de sus tierras que los ayudará a proteger de las amenazas a largo plazo. En el último año se entregaron los títulos de propiedad a once comunidades de la cuenca del Ene. “Solo falta titular Meantari y Samaniato”, suspira Ruth al anunciar que pronto la CARE se quitará un peso de encima. Pero ojo, solo un peso de encima porque aún queda mucho por hacer.
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