Conocemos muy bien a la familia Koechlin y sobre todo a su cabeza y líder, José Koechlin, a quien nos vincula una profunda amistad desde hace más de dos décadas. En nuestras páginas, hemos relatado cómo esta familia ha logrado destacar en el negocio hotelero y hemos retratado la visión y preocupación del fundador de la cadena hotelera de lujo más prestigiosa del Perú, por poner en valor los activos naturales de nuestro país, cuando nadie más reparaba en ello.
Factores que han sumado para que sus hoteles y lodges tengan un reconocimiento de talla mundial, sin duda, ha sido el perfil que la familia Koechlin ha insuflado en los trabajadores de cada uno de sus hospedajes. Gente cálida y amable. Pero no solo eso. Personas comprometidas con entender y hacer entender que el valor de la naturaleza es impagable.
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Es por eso que al conocer los hechos ocurridos el día 19 de febrero en la fabulosa Reserva Amazónica, situada en Tambopata, Madre de Dios, nos deja estupefactos. Pero más que eso, con muchas interrogantes, sobre el porqué el estado de violencia que está engullendo a esta región parece crecer sin que nadie le ponga un límite.
Los comentarios de sus compañeros y los turistas explican que la muerte del jefe de guías, Elías León Huamani, quien trabajó con Inkaterra por casi diez años, se debió a la confusión que tuvieron los delincuentes que ingresaron al lodge y que vieron erróneamente en Elías a un miembro de la Policía o el Ejército debido a su uniforme de guía. Se han conocido además detalles que al intentar proteger a los turistas de este ataque, el personal del albergue cortó la electricidad para confundir a los delincuentes y ha sido en ese momento que la oscuridad cobró la vida de León Huamaní.
Todo eso ocurrió en medio del estado de emergencia declarado en Madre de Dios por 60 días y que tuvo como primer escenario de acciones a La Pampa, un lugar que en palabras de la Ministra del Ambiente, Fabiola Muñoz, se presentan todos los males que aquejan a nuestro país: Trata de personas, trabajo forzado para niños y niñas, narcotráfico y tala ilegal, pero por sobre todo un nivel de corrupción enorme que fomenta la delincuencia y que ha acostumbrado a la gente a normalizar la actividad minera informal y a que ella sea parte de la economía diaria.
En ese sentido, qué solución podemos darle a este cáncer que amenaza con depredar hasta el último rincón amazónico y que además ocasiona daños, que no son colaterales, sino muy por el contrario, son consecuencia de la legitimación de la barbarie en una zona que ya no es de “dios” en absoluto.
Sí, Madre de Dios es una bomba de tiempo y el turismo en esta región es una actividad que compite en desventaja con toda una orquesta articulada para sabotearla. La única arma que han levantado hasta el momento personas como la familia Koechlin, y otros emprendimientos en la región, es la salvaguarda de la biodiversidad y el servicio diligente frente a toda esa oleada de insistente depredación y desbande. Ha llegado el momento de remangarse los pantalones al Estado Peruano y a la sociedad civil entera y bregar en ese fango. Ha llegado la hora de comprender que esta no es una economía sana de ninguna manera y que no hay pobreza que la justifique. Que los operativos policiales no resuelven nada. Y que pese a todas las muertes y destrucción todavía hay esperanza. Pero hay que actuar ya.
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